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Miedo

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  • Sophia Huett

A sus cuatro años, María fue por primera vez a la playa. El llanto y la desesperación por siquiera acercar su pie al agua transformó una experiencia alegre, en un irracional tormento.

Juan no quería contagiarse de covid. Aún pasada la emergencia y las restricciones levantadas, nunca pudo volver a tener una vida “normal”. Se convirtió en una vela que poco a poco se fue apagando.

Gonzalo ordenó que toda su familia cambiara su rutina para que no fueran víctimas de un delito o de la violencia: no más salidas, menos amistades y una gran sensación de angustia inundó su casa.

Luis, desde su uniforme de policía, sabía que a diario corría un riesgo y que había una fuerza que podía paralizarlo en los peores momentos, una fuerza a la que había que domar y encauzar.

En el entendido de que valiente es quien vence el miedo, se dice que existen valientes por el don de la naturaliza y valientes por un acto de voluntad.

María, Juan, Gonzalo y Luis son casos de miedo: a la muerte, al dolor, al fracaso o a lo desconocido.

Son miedos, grandes y pequeños que no solo son el resultado de nuestra historia familiar, rol social o carácter, sino también de lo que se ha definido como una “dominación colectiva”.

¿Cuál es el riesgo del miedo colectivo a sufrir un daño en la vida o integridad de nosotros mismos o de quienes más queremos?

Puede ser racional o no. Pero también puede convertirse en un obstáculo para la democracia y las libertades ciudadanas; el miedo puede llegar a ser un “parásito” que se alimenta de las propias personas para volverse en su contra, apagando el botón del sentido común, afectando libertades, exagerando amenazas y lamentablemente en muchos casos, limitando la participación social.

Tras una larga explicación de su papá, María tuvo el conocimiento necesario de que el agua del mar, por sí misma, no le haría daño. A Juan, por su parte, nunca hubo quién le explicara que con vacunas, medidas de protección y pasadas las “olas” de contagio, era seguro salir.

Para enfrentarse al miedo, una de las mejores herramientas el conocimiento, que no es lo mismo que informarse de “pasadita” o sobre informarse incluso con fuentes que no son confiables. El conocimiento “enfría el emocionalismo con el cual se nos intenta exaltar”, advierten autores modernos que hoy escriben sobre el miedo impuesto por quienes en su imposición, llevan ganancia.

Si Gonzalo conociera la problemática real de seguridad o de violencia, dialogara con la autoridad y conociera los riesgos reales, la calidad de vida de su familia y su economía, mejoraría. Pero hasta conocer le provoca miedo. Si la percepción no fuera más dañina que la realidad, tendría más y mejores mecanismos en circunstancias reales.

Y Luis, como policía, sabe que el miedo está ahí y que para vencerlo hay que tener conocimientos, temple y el mejor mecanismo de respuesta para cada circunstancia. Sabe lo que es el miedo real: lo vive en enfrentamientos con criminales, cuando no tiene certeza de lo que puede ocurrir a continuación. Tiene una valentía decidida, no porque no tenga miedo, sino porque sin renunciar a sentirlo, está preparado para vencerlo.

Cuando el miedo es colectivo, las respuestas deben ser colectivas, incluyendo el poder comprender por qué y para qué a alguien le conviene que haya miedo.

Podemos tener miedo, pero no debemos tenerle miedo al miedo: hoy más que nunca no podemos paralizarnos, encerrarnos o errar nuestras decisiones, porque habremos perdido todas nuestras libertades.

Sophia Huett

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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