Lo que existía en la relación México-Estados Unidos en el pasado inmediato, se acabará a partir del próximo 20 de enero, cuando Donald Trump asuma su segunda presidencia en Estados Unidos.
Hasta hoy, cada nación, agencia e institución sabe qué se hizo, qué se dejó de hacer, qué favores se cumplieron y si algo se simuló.
En el caso de que el Senado lo apruebe, el embajador norteamericano en México será Ronald Douglas Johnson. Y lo más seguro es que las reglas cambien.
Johnson inició su carrera como soldado en la Guardia Nacional hace 54 años y ascendió hasta alcanzar el grado de coronel, antes de retirarse en 1998. Fue miembro de las Boinas Verdes, lo que implica que cuenta con entrenamiento especializado en inteligencia para operaciones de contraterrorismo, antidrogas y contrainsurgencia.
Después de su retiro militar, se incorporó a la Agencia Central de Inteligencia (CIA), donde sirvió durante más de veinte años. Entre sus despliegues, destacan misiones en Irak y Afganistán.
Además, cuenta con una maestría en Inteligencia Estratégica por la Universidad Nacional de Inteligencia, única institución federal acreditada que otorga títulos de la Comunidad de Inteligencia norteamericana, altamente selectiva en sus admisiones.
Durante el primer mandato de Trump, Johnson fue embajador en El Salvador, donde se enfocó en temas de migración y seguridad. Una de sus estrategias para combatir la migración ilegal fue el despliegue de agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) y de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), quienes trabajaron en conjunto con las fuerzas policiales salvadoreñas mediante la creación de una policía fronteriza especial. Al finalizar su mandato como embajador, el presidente Nayib Bukele lo calificó como “un gran amigo” y le otorgó la condecoración José Matías Delgado, por “eminentes servicios prestados al país”. “Hace dos años, se podría decir que El Salvador y Estados Unidos eran países enemigos. A muchos se nos olvida eso. Ahora somos grandes amigos de los Estados Unidos”, dijo el jefe de Estado salvadoreño durante la entrega de la distinción en 2021. El entonces embajador Douglas Johnson contestó que las relaciones entre ambos gobiernos nunca fueron más sólidas, “ninguna caravana de migrantes ha salido de El Salvador a Estados Unidos durante este tiempo”, agregó.
Johnson conoce América Latina y está preparado para operar bajo la directriz clara del próximo presidente estadounidense. El mensaje de Trump no deja lugar a interpretaciones: “Pondremos fin a la delincuencia de los migrantes, detendremos el flujo ilegal de fentanilo y otras drogas peligrosas hacia nuestro país, y ¡HAREMOS QUE ESTADOS UNIDOS VUELVA A SER SEGURO!”
No es común que la diplomacia se militarice o que militares de alta especialidad asuman roles diplomáticos; el mensaje del próximo gobierno estadounidense hacia México es contundente: un embajador distinguido por su capacidad en operaciones de seguridad y combate al crimen organizado.
En este contexto, se anticipa un cambio en la tónica respecto al primer mandato de Trump, con nuevas prioridades definidas y vías de operación para su país: migración y combate al narcotráfico.
Se avecinan tiempos de cooperación bilateral, sí o sí. Si esta relación será de coordinación o sumisión, dependerá de México.
Los perfiles actuales en el equipo de seguridad de la presidenta Sheinbaum, así como su determinación, sugieren que será una relación de coordinación que, aunque compleja, podría traer beneficios mutuos en el combate a la delincuencia organizada trasnacional, lo que deberá tener impacto en detener el flujo de armas y dinero, detenciones de generadores de violencia y operadores financieros.
Esquemas bilaterales que atiendan el trinomio de esos delitos, harían posible revertir la violencia en ambas naciones.