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El amor no cuesta

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  • Sophia Huett

Pedro cumplió casi 40 años de servicio. Cuando llegó el momento del retiro pudo vivir lo que nadie más en la institución antes: una ceremonia de despedida y agradecimiento por su servicio a la Policía de su ciudad.

Quienes se habían retirado antes lo habían hecho prácticamente como un trámite más, no importa lo que le hubieran dado a la ciudadanía, se iban incluso con una pensión menor a la que correspondía porque se les había dado de alta con un monto mayor al que realmente percibieron.

Laura no entendía de qué se trataba la ceremonia que tenía el lunes. Sabía que le habían dado uniformes nuevos y que por primera vez iba a portar grados, portanombres y una vestimenta como las que había visto en las películas: zapato de charol, pantalón, camisola y quepi en un azul que no se había convertido en morado por su mala calidad, las horas de uso y el sol.

Incluso le pidieron que invitara a su familia, lo cual también le resultaba extraño. El lunes llegó y por primera vez en su carrera, Laura lloró de alegría. Se trataba de una ceremonia de entrega de Méritos y Condecoraciones, en la que reconocieron públicamente su dedicación y entrega al servicio, frente a sus propios hijos quienes solamente habían vivido los sinsabores del servicio si vivir la gratitud de quienes les “robaban” a su madre la mayor parte del día. También ellos lloraron.

Salvador atendió el reporte de una riña. Para cuando la muerte lo alcanzó, producto de un golpe desafortunado, ya había perdido también a su hermano mayor, víctima de un enfrentamiento con delincuentes. A diferencia de su familiar, Salvador sí tuvo un homenaje luctuoso con una imagen suya en uniforme a un costado del ataúd, mientras que su madre y esposa recibieron la bandera de México, así como sus hijas una condecoración post mortem.

La pérdida no era menor, pero fue menos dolorosa al ver el cariño de la alcaldesa, de sus compañeros y compañeras, e incluso de la propia Nación a un servidor público que perdió la vida en cumplimiento del servicio.

Cuando el hermano de Salvador falleció, unos años antes, prácticamente su muerte había pasado desapercibida, incluso su familia había tenido que “pelear” porque se les otorgara una indemnización digna, que en la práctica significó tener apenas lo suficiente para el día a día. Ya no digamos de la “coperacha” que se hizo para poder cubrir un servicio funerario “decente”.

Tristemente, en un país en el que se desprecia al Policía de manera histórica, no solo por parte de la ciudadanía, sino del Estado mismo, los escenarios de indiferencia son los más comunes. Y eso lo único que ha generado es una cultura del maltrato y del resentimiento.

Darle amor a la Policía no cuesta. Reconocer a las y los servidores públicos que aceptan poner en riesgo su vida e integridad en su contrato, tampoco. Empezar a hacer las cosas diferentes, tratando con dignidad y respeto a quienes portan un uniforme, puede dar resultados diferentes y siempre serán, seguramente positivos.

No permitamos que un buen policía se retire sin una palabra de agradecimiento, que una buena policía no tenga el reconocimiento que merece, ni que un buen policía muera en medio de la indiferencia social e institucional. Seguiremos insistiendo en ello. Para las y los alcaldes que ya lo hacen, todo el reconocimiento.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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