Pareciera que nunca antes en la historia de la humanidad, las mujeres habíamos estado tan en sintonía sobre los retos que hoy enfrentamos.
Los distintos medios de comunicación con los que hoy contamos, nos permiten conocer las experiencias y éxitos, pero también las historias de dolor que viven las mujeres aún a miles de kilómetros de distancia. En ellas, seguro encontraremos puntos de coincidencias, en sus vivencias nos reconocemos y por ello, nos hemos vuelto más empáticas.
Conocer la historia de una madre a la que le arrebataron a una hija, el relato de una niña que se quedó sin madre, el reclamo de quienes hoy acusan que falta una de las suyas nos ha vuelto también más sensibles, porque sabemos que cualquiera de ellas pudimos ser nosotras mismas.
Porque no hay una historia de dolor de una mujer con la que otra mujer no conecte. Porque nos reconocemos entre nosotras y sabemos que tenemos el mismo reto de que nuestras hijas no se reconozcan en ellas.
Esta conexión que desarrollamos las unas con las otras, a pesar de las diferencias de edad, lugar y vivencia, pareciera ser peligrosa… tan peligrosa que hay quien buscará romperla y confrontarnos.
Nos confrontan cuando nos ponen a competir por los pocos espacios que hay para nosotras: tenemos la sensación de que si una llega, pasará años para que otra llegue, lo que puede derivar en frustración y desencuentros.
También nos confrontan cuando buscan señalarnos a nosotras, las mujeres, como las culpables de lo que nos pudiera ocurrir, al acusar que estuvimos en el lugar y hora no prudente, por citar un ejemplo. Al hacerlo, se normaliza incluso ante otras mujeres, que la culpa y responsabilidad está en quien se expone, no en quien agrede.
Y ni qué decir de canales de comunicación (que no es periodismo) escandalosos, que pretenden hacer creer que hay convicciones que caben en el juego de palabras de un encabezado.
Afortunadamente, el intento de dividir, no les hará vencedores.
Hace algunos días, algún medio electrónico local sugirió en su encabezado que mi opinión en el marco del Día de la Mujer era que “no hay deuda de justicia con las mujeres”. No importa cuanto alce la voz de forma sonora o mediante la escritura, no importa lo que haga desde mi función pública y en el ámbito personal para apoyar desde mi trinchera a otras mujeres: en ocho palabras quedó sentenciada una actitud que solo sirve para dividir.
¿Y por qué creo que la intención es dividir? Durante la misma atención a reporteros y reporteras había al menos otros cuatro medios de comunicación, solo uno presentó dicha cabeza y no presentó la declaración o el audio que no coincidía con el juego de palabras presentado.
Y ni qué decir de quienes pretendieron hacer uso político de ello, indignándose en redes sociales, pero con conductas en lo privado y lo profesional que mucho dista de un desinteresado apoyo a la lucha de las mujeres, a quienes las circunstancias las (nos) ha vuelto guerreras.
¿Cuál sería la consecuencia de ello? En el más banal de los casos, un juicio duro por parte del lector, pero también de la lectora que por decisión o casualidad, se topa con desafortunado encabezado. A algunos lectores masculinos les habrá provocado una mueca, en el mejor de los casos, en el caso de ellas, conocer a una de sus iguales en quien no se puede confiar.
Afortunadamente no lograron su cometido. El trato cotidiano que tengo con distintas personas en el ámbito laboral y en la vida cotidiana, provoca que existan mujeres que se acerquen para exponer un problema, pedir un consejo o asesoría sobre lo que pueden hacer para salir del problema en el que se encuentran.
Hay a quienes les conviene poner a las mujeres de un lado y otro de la valla, incluso en la opinión pública.
No caigamos en el juego, porque unidas, hoy más que nunca somos más fuertes en la legítima defensa de nuestros derechos, herencia de la lucha de nuestras madres, abuelas y todas aquellas mujeres que nos antecedieron.
Como alguien a quien respeto y aprecio dice: mujeres solas, invisibles; juntas, invencibles.