acompañé a mis papás a vacunarse y la sensación de alivio es casi indescriptible. Después de tantas partidas de gente cercana, de tantas batallas libradas, de tantos sustos, de tantos abrazos reprimidos… por fin empezamos a ver la luz al final de este túnel tan trágico, llamado coronavirus.
En México, casi 200 mil personas han perdido la vida a este momento. De un año a otro, murieron por esta causa un número de mexicanas y mexicanos que equivale prácticamente a toda la población de un municipio como Ciudad Madero, Tamaulipas.
Imaginen el golpe, dimensionen lo que significa salir de viaje de un municipio como Madero… regresar un año después y que no haya nadie. Como quisiéramos todos que las vacunas hubieran empezado a llegar mucho antes y que ojalá hubiéramos sido más cuidadosos, pero el tiempo no se puede regresar.
Que quede claro: estamos en el inicio de la recta final, no podemos bajar la guardia. Apenas van tres millones de dosis de vacunas aplicadas, hablaríamos de 1.5 millones de personas, considerando que son dos dosis por persona, en una población de 120 millones de mexicanos. Insisto, esta etapa apenas comienza.
Con mi papá estuvimos formados ocho horas alrededor de una escuela, ocho horas de pie en un sol que rondaba los 35 grados… él fue la dosis 1,300 de las 2,000 disponibles ese día. La vacunación inició por orden alfabético del apellido. Fue duro ver a tantas personas de más de 60 años, formadas por tanto tiempo y en esas condiciones, pero la espera valía la pena.
Con mi mamá fue en otro centro, ahí fueron cuatro horas de espera. En ambos casos fue su primera dosis y no tuvieron reacciones secundarias. Hay una pésima organización y el coraje con razón de mucha gente, pero insisto, vale la pena.
P.D. 1.- Estas vacunas están siendo compradas con nuestro dinero, hasta un niño que va a comparar algo a la tienda paga impuestos. No es obsequio de nadie, ni la buena voluntad de ningún partido o político. Es nuestro derecho a la salud que, como en muchos otros países del mundo, se está ejerciendo.
P.D. 2.- Creo que el deterioro de la política y de la democracia viene, en buena medida, de la falta de sensibilidad ¿Por qué casi siempre son mejores los servicios privados que públicos, si normalmente los públicos nos cuestan más? Un poco de empatía… regalar agua, prestar sombrillas en la espera… merecemos más los mexicanos. Por fin hay luz al final del túnel. _