hay un hombre al que no le queda mucho tiempo. “Una conciencia lúcida e insomne aprisionada en un cuerpo inerte”, describiría él mismo en una confesión en la revista New York Review of Books, traducida por El País y retomada por Antonio Muñoz Molina, de quien se toman muchas palabras en este artículo cuando hablaba del historiador británico Tony Judt.
Judt padecía esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad que poco a poco iba dañando su sistema nervioso.
En ese momento, todavía puede hablar y mantiene intactas sus facultades intelectuales privilegiadas, pero ya solo mueve débilmente los dedos de una mano. Sin embargo, en lugar de rendirse ante la fatalidad, Judt vive sus últimos días más ansioso de aprovechar el tiempo que le queda. Es la lucha de un cuerpo contra el tiempo, del intelecto contra la vida.
Sus últimos días da la lucha por lo que cree desde una cama; pero que quede claro, sin dejar de luchar. Judt defiende como nadie los espacios y los servicios públicos, las causas comunes. Es ya el tiempo donde a lo público se le tacha de ineficiente, donde se afirma que cualquier empresa puede prestar de mejor manera un servicio.
Y ahí es donde Muñoz Molina recalca los datos de Judt: “En 1968, el director ejecutivo de General Motors ganaba 76 veces más que la media de sus empleados; en 2005 la diferencia de ingresos de un empleado medio de Walmart y su máximo directivo es de uno a 900. Y la familia propietaria de Walmart posee una fortuna estimada en 90 mil millones de dólares, que equivale a los ingresos conjuntos del 40% más pobre de la población americana: 120 millones de personas”.
Con estos argumentos señala que el quitar los controles públicos sobre el mercado no ha redundado en beneficio de todos. Es el crecimiento de las desigualdades y en buena parte creo que del rencor y el resentimiento. Es este un mundo donde se producen muchos más alimentos de los que se necesitan pero donde millones y millones no tienen qué comer.
Leo, reflexiono y escribo este artículo, en la víspera de cumplir años, y me queda claro que la actitud en la vida es la decisión de cómo vivirla, y que el compromiso con lo que uno cree y por lo que uno lucha es permanente. El honor más grande para mí siempre será servir a una causa superior al interés propio. _