“No matas a la primera mujer negra con un papel real en Star Wars”. Esta frase encerró todo el enojo de la actriz Thandiwe Newton, quien en 2018 había hecho historia al convertirse en la primera mujer negra en tener un papel protagónico en una película de la saga de la Guerra de las Galaxias, caracterizando a Val en Solo: a Star Wars Story.
Su personaje desapareció al ser asesinado en el mismo filme, algo que, de acuerdo con Newton, no estaba previsto originalmente que ocurriese así.
Cuesta trabajo creer que en una saga de películas y spin offs que lleva décadas no hubiese estado presente alguna mujer negra. Si bien esta afirmación podría ser refutada por la presencia de Femi Taylor, quien dio vida a Oona, la bailarina esclavizada por Jabba el Hutt en El retorno del Jedi, su piel no apareció en escena, pues fue caracterizada pintando la totalidad de su piel en verde. Rosario Dawson en la nueva serie de The Mandalorian interpretó a Ahsoka Tano, pero igual estaba caracterizada
Tampoco se puede omitir a Lupita Nyong’o en El despertar de la fuerza y Los últimos Jedi, dando voz y trasmitiendo las emociones a Maz Kanata, un personaje totalmente creado con CGI (captura de movimientos por computadora). Así que técnicamente sí fue Newton la primera actriz de raíces africanas que tiene, a cara descubierta, un rol protagónico en la saga creada por George Lucas. A diferencia de hombres negros, los cuales sí hay varios y en diferentes roles.
El hecho de que en años hubiese sido la primera mujer negra en aparecer ya dice bastante. Y si bien para algunos esto es irrelevante y la desaparición del personaje de Val tiene que ver con estrategias de producción y no con cuestiones étnicas y de género, no puede omitirse la invisibilización previa de un segmento de la población que representa la doble intersección de ser no solo mujer, sino negra e hija de inmigrantes.
Las producciones artísticas y culturales son constructos sociales, son el puente de cómo el creador lee, entiende y verbaliza su interacción con la sociedad. Y cómo nosotros, en el rol de espectadores, las recibimos, interpretamos y deconstruimos. Y que en décadas esa ausencia no haya sido percibida sólo denota que no somos, intencional o sin intención, conscientes de la pluralidad y mosaico cultural de la sociedad en la que vivimos.
Aunque parezca cosa del pasado la lucha y conquista de derechos de una población que por número no son minoría pero sí por vulnerabilidad, como lo son las mujeres negras o afroamericanas, nada más alejado de la realidad. Hace 66 años apenas que Rosa Parks dijo “no” en Alabama y cambió la historia de Estados Unidos. La amenazaron con arrestarla si no se levantaba del asiento del autobús donde estaba sentada, el cual estaba reservado para blancos. Y no fue sino hasta dos años más tarde que se dio la promulgación de la Ley de Derechos Civiles, firmada por el presidente demócrata Lyndon B. Johnson. Y justo solamente unos meses atrás, llegó a la vicepresidencia de Estados Unidos la primera mujer afroamericana en la historia del país.
Al parecer, al confrontar las narrativas de “ya tienen todos los derechos” y “eso ya es historia”, es otra la realidad vigente. Urge entender las relaciones sociales de dominación que aún prevalecen. Eso de que “todas somos iguales” es solo el guion de una película de fantasía.
Por Sarai Aguilar Arriozola*
@saraiarriozola
* Maestra en Artes y doctora en Educación. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL.