La cantante alternativa británica Kate Bush volvió sorpresivamente en los últimos días a las listas de popularidad musicales en Estados Unidos y Reino Unido, no con una canción nueva, sino con su pieza clásica “Running up that hill”, lanzada en 1985.
Este resurgimiento se debe a su inclusión en la primera parte de la cuarta temporada de Stranger Things en Netflix. Según Spotify, el catálogo completo de Kate Bush ha visto un aumento del mil 600 por ciento en las transmisiones globales desde el estreno de la popular serie.
Kate Bush ha enfrentado a lo largo de su carrera diversas dificultades. Una, la más grande, es romper con el estereotipo de que una cantante mujer, joven y atractiva, es solamente eso, una intérprete que se puede vender a través de su imagen, olvidándose de su parte creativa u otras facetas que la complementan como artista.
“Esa imagen fue algo que se creó en los dos primeros años de mi popularidad, cuando la gente se aferró al hecho de que yo era joven y femenina, en lugar de una cantante joven, también compositora”, declaró Bush en 1982. “Los medios de comunicación únicamente me promovieron por mi físico. Es como si hubiera tenido que probar que ‘soy una artista dentro un cuerpo de mujer’”.
Lo cierto es que Kate Bush rompió estereotipos y cánones y logro reivindicar la genialidad en las mujeres. Tanto a nivel lírico como práctico, ella sentó las bases para que las mujeres pudieran existir sin disculpas en una industria dominada por hombres. Un reconocimiento que no era frecuente en los años ochenta: por mencionar un detalle, en la versión original del álbum So de Peter Gabriel no se le da crédito a su participación vocal en la canción “Don’t give up” de 1986.
Es innegable que la trayectoria de Kate Bush es importante en la narrativa de género de la industria de la música. Sin embargo, muy probablemente en la actualidad, ahora que ha saltado a la popularidad una vez más entre un público joven que tal vez no la conocía, su incorrección política sería inaceptable. Pues en esta época del progresismo de redes, no ha faltado quien recuerde una entrevista de 1989 en la que Kate Bush se distanció terminantemente de la etiqueta feminista. Un deslinde que, en estas épocas de discusiones maniqueas, podría ser motivo de linchamiento e incluso cancelación.
Entonces, la pregunta pertinente es: si alguien no se reivindica como feminista, ¿podemos seguir obteniendo valor feminista de su trabajo, incluso si esa no fue su intención en el proceso de creación?
Los procesos creativos del arte parten del precepto clave que el arte es lo social en el ser humano, por lo cual no podemos hablar de arte para consumo personal. El arte consta de dos fases: la creativa, a cargo del artista, y la lectura, a cargo del espectador. Si bien en su intención la creación no lleva una función social tal como el feminismo, la lectura sirve en la agenda de los espectadores, por lo que es válido obtener un valor feminista.
Pero más allá de esta cuestión, el fenómeno de Kate Bush nos lleva a cuestionarnos el purismo de las agendas sociales que les hemos impuesto a ultimas fechas a las causas, entre ellas al arte mismo. Es válido cuestionar si la tan promovida agenda de la cancelación como señal de una supuesta iluminación no es más que señal de un oscurantismo casi medieval, que lleva a la hoguera posmoderna de la corrección a todo aquel que no quiera someterse a una corrección asfixiante.
Definitivamente cosas extrañas pasan… y alcanzar y comprender la lucha feminista es una carrera cuesta arriba, más alta que una colina.
Por Sarai Aguilar Arriozola *
@saraiarriozola
Doctora en Educación. Máster en Artes con especialidad en difusión cultural.