Un equipo de psiquiatras de la Universidad de Hannover (Alemania) ha publicado un estudio en la revista académica Oxford University Press en el que determina que existe un nuevo tipo de trastorno que se transmite a través de las redes sociales. Lo han denominado MSMI (Mass Social Media-Induced Illness).
Kirsten R Müller-Vahl, Anna Pisarenko , Ewgeni Jakubovski y Carolin Fremer son los autores del estudio “¡Para! No es el síndrome de Tourette, sino un nuevo tipo de enfermedad sociogénica masiva”, publicado el 23 de agosto pasado, y en el que dan detalles de este padecimiento inédito.
En el estudio, los psiquiatras explican que hay una relación directa entre el aumento de pacientes con tics y los videos en TikTok, Instagram y YouTube de personas que padecen el síndrome de Tourette.
El artículo analizó el caso del youtuber Jan Zimmermann –con 2.23 millones de suscriptores en su canal Gewitter im Komf–, quien afirma padecer Tourette. Se detectó una correlación entre sus espectadores y el uso sin razón de “Heil Hitler” (saludo fascista), “Du bist häßlich” (eres feo) o “pommes” (papas fritas) de forma recurrente y sin motivo en apariencia.
Al margen de que salgan otros estudios y de que esto se compruebe como un trastorno por otros especialistas, la repetición de discursos y adoctrinamientos son desde antes una realidad constante y verificable en las redes. Carecía de una definición de trastorno como tal, aunque sus efectos fueran claramente observables en las turbas cibernéticas que un día se vuelcan a venerar alguna idea divulgada por un influencer sin siquiera digerir el impacto de su discurso.
Esta generación, en teoría más informada, en realidad no es tal. La de ahora es una sociedad con mayor exposición a contenidos e información de toda índole, sin una capacidad de discriminación o de formular juicios de valor.
El problema no son las redes en sí, sino la incapacidad de una sociedad para poder hacer frente a los mensajes de acoso, promoción de trastornos alimenticios, suicidio y odio, entre otros que circulan en el torrente digital. Lo que se agrava al darnos cuenta de la existencia de personas incapaces todavía más de discernir entre lo que ven en redes y replican en su vida real, sea por razones clínicas y, más inquietante aún, culturales.
Y si bien podemos alegar que “son unos cuantos quienes son vulnerables”, ese es el mayor problema. De acuerdo con la campaña Anti Bullying Pro del Diana Awards, “está claro que algunos de los desafíos a los que los jóvenes se enfrentan a menudo en línea pueden verse exacerbados por el hecho de que algunos no se sienten capaces de tomarse un descanso digital”. Más aun, “en factores como las vivencias en un contexto violento o la falta de acceso a servicios de salud mental, los jóvenes pueden presentar señales de adicción a los dispositivos y vivir inmersos en una mayor presión por la interacción digital”.
Es verdad, no son las redes sociales el problema en sí, pero no es una solución pensar que podemos ser ajenos a los riesgos que ya padecen sectores vulnerables por su condición mental. Hay que tomar cartas en el asunto: promover el uso consciente de las redes sociales, no participar de manera voluntaria en conductas tóxicas y tampoco perder la pista de la detección de nuevos transtornos asociados con una dependencia digital que dejamos crecer sin control. Que se entienda que lo que pasa online afecta offline.
Por Sarai Aguilar Arriozola*
@saraiarriozola
*Doctora en Educación y Maestra en Artes. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL