Según cuenta la mitología, Pandora fue la primera mujer ordenada por los dioses griegos para castigar a los humanos. Zeus, el padre de los dioses, estaba enojado con su hermano Prometeo por haberse robado el fuego del Olimpo para dárselo a los humanos, pero en lugar de castigar a su hermano, decide castigar a los humanos con Pandora, a quien le entrega una caja que contiene todos los males existentes. La orden recibida por Pandora era de no abrir la caja, pero la curiosidad le gana, le roba la llave a Epimeteo y deja salir todos los males. Pandora apenas tiene tiempo de ver en el fondo y, según la mitología, cierra la caja sin dejar salir la esperanza.
Evidentemente, la leyenda ha llegado a nosotros mediante la literatura. Desde ahí, desde esa visión, puede que la esperanza sea indemostrable, pero ciertamente, casi todos los seres humanos tenemos esperanza.
La esperanza se centra en el corazón, en el centro de las creencias de las personas. Es eso que nunca parece perderse. La esperanza de la vida eterna es la razón de ser para muchas personas religiosas. La esperanza en recuperar la salud mantiene el ánimo de millones de enfermos. La esperanza de encontrar un trabajo digno, bien remunerado, lleva a miles de seres humanos a levantarse todos los días. La esperanza de que acabe la guerra en los países en donde se ha perdido la paz, se mantiene con mayor fuerza en aquellos que viven en conflicto. La esperanza es, básicamente y como lo dice Teresa Mira de Echeverría, vida, resistencia y horizonte. Incluso en nuestro país, la esperanza de acabar con tanta violencia, tanta pobreza y tanta corrupción, se mantiene en millones de mexicanos.
¿Qué sería la desesperanza? Las circunstancias inhumanas que tanto abundan hoy en día. No es sólo la pobreza; son esas circunstancias que pudiéndose cambiar, perversamente se preservan. Es no tener tiempo para el otro, para el necesitado. Es lo que genera la miseria moral, lo que genera la miseria mediática, y lo que genera la miseria política. La desesperanza -como lo dice Emilio Posada- significa no tener un lugar en el tiempo, ser algo que se consume así mismo como el fuego.
Apelando a esa creencia -a la esperanza- aprovecho estas líneas para externar los mejores deseos de prosperidad para mis lectores: que este 2024, la salud en ustedes y sus seres queridos sea plena; que no falte alimento en sus mesas; que ningún tipo de violencia se acerque; que el trabajo sea bendecido y multiplicado; que todos y todas encuentren su lugar en el aquí y en el ahora, en este espacio de tiempo llamado vida; que los mejores deseos, los más profundos, los más sentidos, los más justos, se cumplan uno a uno… y siempre, en todo instante, haya paz en el corazón de todos.