George Canning, solamente 11 meses como ministro en 1827. El rey Eduardo VIII abdica apenas diez meses después de ser entronizado en 1936.
El más alto contraste: la longevidad político-cultural de Isabel II y la concisa, pragmática, respetuosa, renunciante e inhábil ministra Liz Truss.
Frente a la renuncia de Truss, a 44 días de que tuviera dos intervenciones históricas involuntarias
—ser la última llamada a formar gobierno en vida de la reina y la de declararse imposibilitada para cumplir su mandato con tal brevedad en el cargo— hay dos tentaciones evitables: un machismo cínico de políticos incapaces de renunciar en otras latitudes a pesar de ser ineptos y, la otra, señalar que la parte, digamos, ridícula de la política inglesa es determinante.
En el caso de la segunda, es indicativa del riesgo para la clase política de todo el continente si fueran sus integrantes consistentes con sus obligaciones normativas y éticas. En Inglaterra, la menor formalidad puede ocasionar el descarrilamiento de una carrera política.
De vivir con los estándares ingleses, nos quedaríamos sin varios gobiernos si incumplir con un código administrativo ante la mera ineficiencia o dada la abierta incapacidad —real o supuesta— hubiera causa primaria y exigible para abandonar un cargo al frente de cualquier Estado Nacional.
El tabloide británico The Daily Star, a manera de broma, compró una legumbre y afirmó que tardaría más en marchitarse que Liz Truss en dejar el cargo. La lechuga se marchitó también.
En Inglaterra puede ocurrir cualquier cosa para beneficio del respeto a las formalidades externas del ejercicio del poder. También sucede que el caos político advertido por la prensa inglesa no detona una crisis de gobernanza. La estabilidad imbuida y generalizada comanda y sobrevive a la ausencia de promesa de una segunda Margaret Thatcher.
Un día antes de la dimisión de Truss, la encargada del Ministerio del Interior había renunciado al incumplir la regla de no usar plataformas privadas de comunicación para la difusión de un documento interno de gobierno. Suella Braverman encontró en haber usado su mail personal para compartir un archivo oficial la razón única y suficiente para separarse del cargo. O la coartada: renunció ante la inminencia de la caída del gobierno encabezado por su compañera. Antes se había separado al ministro de Finanzas, Kwasi Kwarteng.
Una lechuga no hace gobierno y el término de un mandato brevísimo tampoco lo desintegra.
Ante desreinadas grandes audiencias, inesperadamente es viable el regreso de un político de carisma dañado como Boris Johnson.
A la distancia cultural y oceánica que nos separa, en la CdMx hay acciones de beneficio colectivo, habilidades de gobierno no binario —por definición antimachista— respetuoso de las reglas de la macroeconomía y del ejercicio del poder, ahora en crisis en Inglaterra y capaz de las eficiencias estereotípicamente atribuidas a los gobiernos de los hombres. Es el caso de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y no es la única.
Salvador Guerrero Chiprés@guerrerochipres