Hace algunos años, siendo estudiante, un amigo me comentó: “¿Sabes por qué Alemania, más allá de los planes (Marshall) de rescate, resurgió después de la II Guerra Mundial?” No sé, le respondí. “Porque aplicaban, todos, no sólo el gobierno, este principio: primero lo imprescindible, luego lo necesario, después, si queda algo ahorrar, y al final lo superfluo”, me dijo.
Ahora, para hacer frente al virus SARS-CoV-2 (el llamado covid-19) los estados, en prácticamente todos los países, han impuesto una parálisis en la actividad de producción y comercio; el consumo se contrae y provoca un estancamiento económico, agravado además por un entorno financiero manipulado basado en el petróleo. El modelo basado en el capital está en shock, y el Estado, aún el más neoliberal, reducido al mínimo, contra sus propios principios le entra al quite para atender lo imprescindible: la salud, la economía familiar y finanzas. Los cambios visualizados se precipitan, aunque no está claro el rumbo, ni con la pandemia, ni con el modelo económico, social, cultural, político, desarrollado e impuesto como “natural” y “normal” desde finales de los ochentas del siglo XX.
Por y con miedo, se reduce la actividad económica y con ello de la vida personal, familiar y social a las llamadas “actividades esenciales”. La sola palabra esencial refiere a lo sustancial, lo principal, lo más importante y característico de una cosa. Estimo que debió llamarse “socialmente esencial”, o mejor aún, “socialmente” imprescindible, es decir, aquello de lo cual no se puede prescindir, y que lleva invariablemente a lo necesario, a lo indispensable, pues colapsaría la vida y aquello que la mantiene. De lo superfluo (no necesario, que está de más) ni hablemos.
Si tras la emergencia sanitaria nada será igual, habrá que prepararnos para ello. Tendremos que entrar a la ruta de lo imprescindible, lo necesario y lo superfluo, personal y social. No podemos vencer el SARS-CoV-2 y volver a lo mismo.
Basados en una normalidad de hiperconsumo, imagino, la producción de bienes y la oferta de servicios deberán centrarse, primero, en lo imprescindible. Mucho de lo que ahora se oferta, apuntaría a replantearse. Por ejemplo, si hablamos de zapatos, los imprescindibles, no los del diseño. La recesión económica nos cambiará hábitos de consumo, y con ello la producción.
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