Sociedad

Mutismo electivo

El mutismo electivo (ME) es un trastorno de la infancia y la adolescencia. Puede aparecer en algunas personas en la vida adulta en ciertas condiciones, como posterior a un duelo, en conflictos de parejas, y en el área laboral cuando el ambiente no es favorable. La película La casa de los espíritus es muy ilustrativa al respecto. La característica esencial del mutismo electivo es la incapacidad de hablar o adaptarse en situaciones sociales fuera del ambiente familiar: en la escuela, con ciertos familiares y en situaciones de estrés psicosocial grave y en lugares con mucha gente.

Las características asociadas al ME son las siguientes: niño muy introvertido, con temor de todo lo nuevo, aislamiento, retraimiento social, dependencia de la madre, de un hermano o de un cuidador. Negativismo, ansiedad, fobias, además, trastornos compulsivos como: lavarse las manos, obsesión por el orden y la limpieza, y conductas autoagresivas, como morderse las uñas, jalarse el cabello, cortarse con objetos como cuchillo, navaja. Puede presentar ataque de pánico cuando se encuentra rodeado de mucha gente.

Comparte signos y síntomas con el autismo y el Asperger. La diferencia para el diagnóstico es que el niño funciona de manera normal en su casa y en ocasiones en la escuela. Puede ser muy inteligente y obtenga buenas notas por ser más pensante que activo, y solo muestre ciertas características en algunas situaciones.

La edad de inicio es antes de los cinco años. No siempre la identifican en los primeros años como un problema; en la primaria puede presentar más problemas de adaptación. Sin atención profesional sistémica puede persistir y causarle problemas de estrés, de salud y sueño. Incluso puede presentar enuresis (se orina en la cama) o moja la ropa en situaciones de mucho estrés.

Muchos aspectos del ME son similares al autismo y el síndrome de Asperger. Es importante la diferenciación para el avance o retroceso. Es importante identificar trastornos somáticos en la digestión. El cerebro y el estómago están muy conectados de manera qué síntomas como reflujo, falta de apetito, resistencias a ingerir ciertos alimentos, abdomen inflamado, deseo de dulces, estreñimiento, poco o nulo deseo de beber agua y vómito, dolor de cabeza, falta de energía pueden ser la causa de ciertas conductas.

El caso de Ricardo, mi hijo, es muy ilustrativo. Cuando ingresó al preescolar, no socializaba. A la hora del recreo se la pasaba en un rincón, y regresaba con el refrigerio. La maestra no presentó empatía con él, de manera que al siguiente año lo cambié de escuela. En una ocasión me di cuenta que estaba leyendo una revista, me sorprendió que sabía leer antes que lo enseñaran en la escuela. Tomé consciencia que era un niño especial, con un gran potencial, pero la inteligencia social y emocional no estaban al mismo nivel. Lo llevamos a consulta con un psiquiatra infantil. El niño me decía: “no me lleves con ‘el rasca buches’, nada más me está observando y tiene juguetes muy feos”. El especialista lo trató unas tres sesiones, y luego nos dijo: “No puedo hacer más por su hijo, no lo hice hablar una sola palabra”. En ese momento sentí que me aventó la papa caliente. Era el experto y no puedo hacer nada. Poco tiempo después ingresé a la universidad a estudiar psicología, pero no podía esperar a terminar la carrera para ayudarlo, de manera que dejé que la intuición me guiara. Lo traté como a su hermano, sin sobreprotegerlo. Su papá trataba de evitarle situaciones, pero yo le aclaraba que él tenía que enfrentase al mundo. Nunca tuve que decirle que hiciera su tarea o se pusiera a estudiar, el solo cumplía. Siempre obtuvo las mejores calificaciones.

En una ocasión me pregunto: “¿Me has visto bailar?”. No, fue mi respuesta. “Pues no me vas a ver bailar nunca” Esperaba que hablara con la maestra y le pidiera que lo excluyera del festival del Día de la Madre. Lo dejé que él solo luchara. Me sorprendió que hasta pidió cita con el director. No lo tomaron en cuenta, y se quejó conmigo. Le expliqué que en la vida hay reglas y muchas veces tenemos que hacer cosas que no nos gustan.

Yo sabía que no bailaría, pero lo dejé para ver el desenlace. A la hora del bailable se escondió. La maestra estaba muy enojada; quería que lo regañara frente a sus compañeros. Le dije que aplicara el reglamento y en mi casa yo me encargaría. No le dije nada, ni lo castigué. Me dio mucho gusto que hubiera luchado de frente. No lo entendieron, pero fue un gran logro. Estaba contenta, me demostró que en la vida lograría salir adelante.

Para la secundaria lo cambié a una escuela personalizada; era lo que el necesitaba. Se sentía como pez en el agua.

Es como un joven viejo, no le gustan los antros, beber alcohol, ni fumar. Cuando terminó la universidad me encontré al psiquiatra y me preguntó por mi hijo. Le comenté que estaba orgullosa de sus logros. En una semana terminó la tesis y acababa de presentar su examen profesional. “Te felicito, gracias a ti. Tuve tres casos como el de tu hijo y ninguno salió adelante, la madre y su hijo entran y salen al psiquiátrico y están medicados”. Hasta ese momento me di cuenta de lo que habíamos logrado. En cuanto llegué a casa le comenté lo que me había dicho el psiquiatra y aceptó. “Estoy de acuerdo, sé que con otra mamá no hubiera salido adelante, estoy consciente que luchaste para educarme como a un niño normal y lo lograste”.

Gracias a la experiencia personal adquirida he podido ayudar a muchos niños que ahora, como mi hijo, son profesionistas. Es importante buscar el potencial, no siempre encuadrar en patologías. Como dice la pedagogía: si algo quieres que desaparezca, ignóralo; si algo quieres que se siga repitiendo, motívalo.

www.rosachavez.com.mx


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Rosa Chávez Cárdenas
  • Rosa Chávez Cárdenas
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