Año nuevo, vida nueva. Esta sentencia, que consagra la renovación de la persona por el hecho de que cambie meramente el calendario gregoriano, no sólo retumba como uno de los tantos refranes en los que se edifica la sabiduría popular sino que encuentra también resonancias en cada uno de nosotros.
Tenemos todos un rosario de asignaturas pendientes: la dictadura social de la delgadez nos hace aspirantes eternos a la pérdida de peso, la paralela esclavitud del éxito material nos lleva a imaginar acciones extraordinarias para obtener los logros que no hemos alcanzado en años enteros de desvelos y esfuerzos, el ambicionado ideal de la perfección individual sigue estando en nuestro horizonte y, sobre todo, esa tal existencia renovada significaría la cancelación de las culpas que nos atormentan sin respiro en la cotidianidad que hemos estado sobrellevando.
Este escribidor no ha experimentado cambio alguno en las vivencias que endura desde siempre, amables lectores. El primero de enero le resultó un día como cualquier otro pero, eso sí, mucho más siniestro: la percibió, esta jornada, con una sensación de vacío, de perturbadora inmovilidad y de inclemente abandono como si el mundo, de pronto, no fuera el territorio medianamente amable y acogedor de siempre sino un universo desprovisto del más mínimo calor, un espacio hostil habitado por gente encerrada en sus casas y totalmente indiferente a la suerte de los demás.
Ya habrá de retomar la vida su ritmo habitual, al imponerse las acostumbradas rutinas a este escenario de soledad y hoy mismo, al volver los humanos al trabajo y restablecerse los horarios usuales, la normalidad será, de nuevo, nuestra realidad reglamentaria.
Durante algún tiempo, sin embargo, seguiremos invocando al San Nicolás que acudirá prestamente a proveernos de la nueva identidad que nos ilusiona y persistiremos en la empresa de consumar los propósitos que el Año Nuevo nos ha inspirado.
Poco a poco, arrastrados por el torrente de lo cotidiano, iremos desconociendo tan ambiciosa agenda y nos reencontraremos, al cabo de unas semanitas, con los seres que siempre hemos sido: tan gordos como en el pasado mes de octubre, tan sometidos a los hábitos que pretendíamos desterrar y tan acotados por nuestra no muy fuerte voluntad.
¡Feliz año, empeñosos lectores!