Las vidas perdidas no se recuperan ya jamás y ahí está la tragedia. Todo lo otro se arregla… con dinero. Teniendo plata reconstruyes la casa, compras otros muebles, compones la cocina, resurtes el guardarropa, en fin, los daños catastróficos de un terrible huracán terminan siendo totalmente reparables salvo, digamos, ciertos objetos de valor sentimental que hayan podido desaparecer en la vorágine.
Pero, dinero es justamente lo que no hay en este país. O, el que se atesora en las bóvedas del erario no alcanza, ni mucho menos, para garantizar un mínimo Estado de bienestar, no digamos ya para rescatar a una ciudad entera –es decir, a todos sus habitantes— y convertirla de nuevo en un lugar habitable.
¿Qué van a hacer ahora los pobladores de Acapulco? No sólo han quedado destruidas sus viviendas sino que los empleos y actividades que les daban sustento han desaparecido también: los hoteles, los restaurantes y los comercios quedaron tan dañados que cerraron sus puertas y pasaran meses enteros antes de que vuelvan a operar. Y esto, en una comunidad que vive esencialmente de los servicios turísticos: en la principal ciudad del territorio libre y soberano de Guerrero no hay plantas armadoras, ni un gran puerto de contenedores, ni centros de distribución de autopartes, ni fábricas de componentes electrónicos… Había, sobre todo, hoteles. Ya no.
El costo de los daños materiales oscila entre los diez mil y los 15 mil millones de dólares. Una cifra absolutamente descomunal. Y, esos recursos no los tiene papá Gobierno, con perdón de los pregoneros que cacarean que la desaparición del mentado Fondo de Desastres Naturales (Fonden) –uno de los tantos y tantos fideicomisos que el régimen de la 4T sacrificó en el altar de su presunta batalla contra la corrupción— no implica la paralela evaporación de los caudales que servían para asistir a los damnificados de terremotos, ciclones, inundaciones y otras plagas bíblicas.
La destrucción de Acapulco –por no hablar de otras zonas de la entidad devastadas también por el huracán— representa un reto colosal para toda la nación. Se trata, ni más ni menos, de volver a crear un sistema de pies a cabeza, de la nada, pero sin tener recursos para ello.
Y, mientras se implementan las acciones y se procede a realizar tareas concretas, la gente, sin posibilidad alguna de agenciarse medios de subsistencia por cuenta propia, necesitará ayudas para poder meramente vivir su vida de todos los días. ¿De dónde provendrán esas asistencias? ¿Qué partidas presupuestales están previstas para afrontar tan colosales necesidades?
¿Acapulco, acaso, llevará a la cancelación temporal de los grandes proyectos que ha emprendido el Gobierno morenista?
Vamos a ver si una refinería y un tren importan más que el desamparo de cientos de miles de compatriotas nuestros.