Todo es negocio. O, mejor dicho, todo puede ser negocio. La temperatura es negocio: ¿hay demasiado calor? Vendes artefactos para enfriar el aire. ¿Mucho frío? Instalas calefactores en los edificios. ¿Está muy lejos la ciudad donde vive tu suegra? Tu mujer compra billetes de avión de Volaris o de Viva Aerobús para pasar allá el fin de semana con los mocosos. ¿Te juntaste con los amigotes para mirar la gran final del fut en casa del compadre? Pues van todos por chelas y doritos y churrumais al Oxxo de la esquina. ¿Roban casas en tu barrio? Un técnico acudirá prontamente para instalarte alarmas y cercas electrificadas. Etcétera, etcétera, etcétera.
El comercio es consustancial a la condición humana, señoras y señores. Los primitivos comenzaron a traficar con pieles o con puntas de lanza o con los muy rudimentarios utensilios que podían fabricar y nosotros, más evolucionados, intercambiamos servicios —hay personas que te cobran por enseñarte a utilizar Word o Excel en una computadora mientras que a otras les pagas porque te entrenan para hablar en público—, adquirimos prodigiosos artilugios electrónicos y consumimos entretenimiento en Netflix.
El dinero está siempre detrás de todo esto, desde luego, pero, esos huelguistas de tan loable ejemplaridad que cierran la fábrica o que bloquean las vías de ferrocarril, ¿no es más plata lo que quieren, después de todo? Hay una esencial diferencia entre el asalariado y el patrón, eso ya lo sabemos, y uno de los propósitos primeros del comunismo es la tajante erradicación de estas categorías para instaurar un sistema premeditadamente igualitario en el que el hombre nuevo no va ya a aspirar a lucrar con la venta de ninguna mercancía. En los hechos, resulta que en ese mundo no puedes encontrar ni un cepillo de dientes ni un botellín de agua purificada en las tiendas (pregunten ustedes a los turistas que visitan la Cuba de los Castro, para mayores señas) pero se preserva, así sea a punta de privaciones y escaseces, la moralidad de los individuos de la especie.
Yo pensaría que lo del sargazo pudiere ser, en efecto, un buen negocio en tanto que el alga sirve, según parece, para fabricar tabiques o durmientes de vías férreas. Pero no. No debe ser negocio. No, no y no. Punto.