Las trifulcas que escenifican los señores parlamentarios en los espacios de nuestro Congreso bicameral no son otra cosa que la representación misma de la muy alarmante ruptura que está teniendo lugar dentro de la sociedad mexicana.
El divisionismo es uno de los más socorridos recursos de los líderes autoritarios. La fabricación de un enemigo es necesarísima para que puedan agenciarse el respaldo de las masas descontentas en tanto que ese adversario señalado, denunciado y denostado viene siendo el gran culpable de la infelicidad colectiva.
Sobraron aquí los epítetos dedicados, justamente, a quienes pretendían cruzársele en el camino al predicador de Palacio o meramente a aquellos que no comulgaran con el credo dictado desde el púlpito presidencial.
El mandón no soporta la más mínima resistencia a sus designios y la mera existencia de una oposición en la arena política –algo perfectamente normal para quienes ejercen el poder sin estridencias ni destemplanzas, acatando con juiciosa moderación las reglas del juego democrático— le resulta imposible de digerir.
Sentadas entonces las bases de la intolerancia, declarada la temporada de cacería y soltadas las riendas a la más destemplada rudeza, lo que tenemos ahora es precisamente eso, un escenario nacional de furores y choques constantes.
Lo estamos viendo en estos momentos, con el nombramiento del presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados que debe de ser, por ley, un miembro de la segunda fuerza política ahí representada. Pues los muy belicosos cofrades del partido oficial —que ya lo tienen todo: el Congreso, el Poder Judicial, la presidencia de la República y, muy pronto, la maquinaria que organiza las elecciones (no habrá ya vuelta atrás, señoras y señores, seguirán gobernando a lo largo de décadas enteras)— se oponen a que el Partido Acción Nacional, la antedicha segunda agrupación, nombre libre y soberanamente al titular del cargo.
Han pretextado, los morenistas, que son “mayoría calificada” y que no tienen por qué cederle ni darle nada a nadie. Así de nefastas las cosas, aquí y ahora, en este país…