Es evidente que la primera preocupación del actual presidente de la República es el combate a la pobreza que sobrellevan millones de personas en este país. Estamos hablando del tema fundamental de su agenda de gobierno y del impulso que mueve principalmente sus políticas públicas, más allá de la determinación que ha desplegado para restaurar el desvencijado aparato del sector petrolífero paraestatal y de su aversión, teñida de componentes ideológicos, a un neoliberalismo que, como doctrina, no atraviesa precisamente por sus mejores momentos.
En un entorno marcado por la insatisfacción ciudadana y el generalizado descontento que originaron las escandalosas corruptelas del Peña y su gente (fueron quienes le pusieron la mesa a Obrador, no hay que soslayarlo porque, de haber tenido ellos una gestión más eficaz, los votantes no hubieran exhibido tan masivo rechazo al “sistema” ni tampoco querido castigar a los encargados de la cosa pública), el tabasqueño se volvió la única opción posible para quienes deseaban un cambio.
La maquinaria judicial del anterior Gobierno se encargó, además, de apartar del camino al único candidato que, visto el desprestigio que se habían ganado (a pulso) los priistas, hubiere podido cosechar los votos de los ciudadanos moderados, por llamar de alguna manera a quienes no deseaban, a pesar de todos los pesares, el advenimiento de un empecinado activista dispuesto, en sus propias palabras, a cambiarlo todo y a afectar directamente los intereses de la élite de siempre.
Lo interesante del tema es que pareciera que la pobreza de los mexicanos no hubiera estado jamás en la agenda de los anteriores mandatarios. Y sí, en efecto, es más atrayente diseñar estrategias para promover las esferas que ya funcionan en lugar de dedicar los grandes esfuerzos nacionales a atender a sectores improductivos de la economía sabiendo, encima, que los resultados se obtendrán en el largo plazo (en el mejor de los casos). Pero, justamente, el asunto es ver si ahora funciona el modelo propuesto por el Gobierno de la 4T y si se alcanzan logros a través de implementar esquemas de austeridad, de desincentivar la inversión privada, de dirigir recursos a proyectos poco rentables y de sostener a Pemex. Ahí está la cuestión.