Es perfectamente entendible la frustración de los comandos de la Marina. Son los más capaces, se han sometido con valentía a las durezas de un riguroso entrenamiento, por sus venas corre el sentido del honor, cumplen cabalmente con sus deberes y responden sin flaqueza a las altísimas exigencias de la disciplina militar.
Fuerzas de élite, o sea. Gente de temple y entrega. Ocurre, sin embargo, que luego de participar en riesgosas operaciones para someter a los canallas que han ensangrentado a este país y tras lograr, en combate, la captura de los más crueles, estos ejemplares mexicanos se ven obligados a apretar meramente sus mandíbulas cuando la dejadez de algún agente ministerial o la torpeza del fiscal de turno llevan a la pronta liberación del delincuente, de aquel mismo que, apenas ayer, les descerrajaba andanadas de mortíferos proyectiles.
Alguna vez escuché al propio presidente Calderón (miren, por cierto, el vídeo del desayuno en el que departe con Carlos Alazraki y Ángel Verduzco, no tiene desperdicio) quejándose de que los jueces soltaban a los criminales, nulificando así los esfuerzos de las fuerzas de seguridad, reduciendo a cero los laboriosos trabajos de inteligencia y dinamitando, en los hechos, la lucha del Estado contra el crimen.
Pero, miren, los jueces hacen simplemente su trabajo: las sentencias que dictan no pueden derivarse de procedimientos carentes del debido rigor procesal. Al contrario, deben ser emitidas en irrestricto apego a la legalidad. La responsabilidad recae, más bien, en los encargados de constituir los elementos de las averiguaciones previas o de fundamentar las causas de una acusación. Comprobamos, ahí, la catastrófica inoperancia de nuestro aparato judicial y constatamos también, con espanto, que las cifras de escándalo de la impunidad no se reducirán mientras no exista la voluntad política de acometer la urgente tarea de arreglar la casa de la justicia en México.
Ahora bien, una cosa es la rabia del sacrificado combatiente al ver al sicario en libertad y otra muy diferente es que el comandante de una de las ramas de nuestras Fuerzas Armadas suelte, delante del jefe del Estado mexicano, la barbaridad de que al “enemigo lo tenemos en el Poder Judicial”. ¿Hacia dónde vamos?
Román Revueltas Retes