Es verdaderamente asombroso que tan morrocotudo deterioro de lo público —niños con cáncer desatendidos, el sistema de salud en una situación catastrófica, un millón de muertes acaecidas desde que comenzó el sexenio (¿quieren números? Aquí van: 800 mil fallecimientos atribuibles a las irrupción del coronavirus SARS-CoV-2, 180 mil personas asesinadas y entre 50 y 100 mil desaparecidas), brutal escasez de medicamentos y, por no seguir enumerando las tantas plagas bíblicas que nos azotan, una escalofriante inseguridad debida a la dejadez, cuando no flagrante connivencia, de los gobernantes de Morena con los delincuentes—, es inaudito, me permito repetir, que tan descomunal quebranto lleve a que los ciudadanos de este país no sólo se resignen dócilmente sino que parezcan contentarse.
Una sociedad más dispuesta a exigir lo que verdaderamente merece, a saber, derechos reales y no dádivas repartidas gracias al dinero que generan sus sectores productivos (no lo olvidemos, por favor, papá Gobierno se da el lujo de parecer medianamente munificente porque se agencia la plata de los ciudadanos que pagan impuestos, de otra manera no tendría, como en la paradisiaca Cuba —que diga, el infierno del socialismo real— ni un centavo que darle a nadie), expresaría su descontento a las primeras de cambio.
Pues no, aquí no pasa eso. La gente, arrinconada por los criminales y sobrellevando las mismas durezas materiales de siempre, no le pasa factura al régimen de la 4T. O, por lo menos, las casas encuestadoras nos están restregando en las narices que nuestros gobernantes son muy populares y que el pueblo bueno desea que todo siga exactamente igual.
A quienes nos preocupa grandemente la deriva autoritaria del sistema y el desmantelamiento del entramado institucional de la República, por no hablar de la garrafal inoperancia de un aparato gubernamental que no premia el mérito personal sino, como suele ocurrir en los regímenes autocráticos, la fervorosa e incondicional adhesión a los dictados que impone el poder, nos inquieta de la misma manera que los ciudadanos parezcan responder a los cantos de sirenas de la demagogia en lugar de exigir, digamos, que haya medicinas en los hospitales públicos o que se pueda salir tranquilamente a las calles a disfrutar de la vida. Pero...