¿Qué tan colonizados se sienten ustedes, amables lectores? Yo, con su permiso, lo estoy de los pies a la cabeza: mi primer nombre de pila es José, ya hispanizado pero de origen arameo, cuyos orígenes se remontan al Antiguo Testamento. No me fue enseñado el náhuatl de niño en el colegio sino el castellano, una lengua romance originada a miles de kilómetros de aquí, en la península ibérica que, a su vez, procede del latín hablado. Como tantos y tantos otros mexicanos de cepa pura, fui bautizado, o sea, que mis padres consintieron que se celebrara un rito sacramental de adopción al cristianismo y en ningún momento les vino a la mente sacrificarme o entregarme a un sacerdote mexica para que me extrajera el corazón y aplacar así las furias del dios de la lluvia.
En lo que se refiere a los gustos, las aficiones y las preferencias personales, aspiro a ser un beneficiario directo de la cultura que floreció en la cuenca del Mediterráneo y, sobre todo, de las bondades del proceso civilizatorio: la democracia liberal, el imperio de la ley, la soberanía del individuo, la libertad de opinión y pensamiento, la laicidad del Estado y el libre mercado. Miren, si no, cómo están las cosas en ciertos países de Musulmania y díganme ustedes si las oprimentes condiciones de vida que sobrellevan los ciudadanos de Afganistán, sojuzgados por un régimen teocrático de usos medievales, son preferibles a la reconfortante cotidianidad que nos asegura nuestra pertenencia a Occidente.
Pero hay más en el terreno de lo meramente disfrutable: ahí está Marcel Proust y ahí están igualmente Mozart y Brahms. Nuestros músicos, nuestros literatos y poetas son herederos de una tradición que nos viene de Monteverdi, de Homero y de Dante Alighieri. ¿En la empresa de descolonización acometida por los resentidos fundamentalistas vamos a proscribir a López Velarde y a Carlos Pellicer para sacralizar en exclusiva a Nezahualcóyotl?
A propósito, justamente, de estos inquisidores, hay que hacerles una gran pregunta: ¿en qué momento contó más su victimismo revanchista que la simple aceptación de una mexicanidad, la suya y la nuestra, a la que no le pueden cancelar arbitrariamente, y de manera antinatural, sus orígenes?
Román Revueltas Retes