Para mucha gente es preferible creer que razonar. O, por lo menos, más cómodo. Es la ventaja que tienen las ideologías: proporcionan certezas justamente ahí donde la realidad se manifiesta como un abanico de matices, verdades relativas, elementos cambiantes y sucesos impredecibles.
Los seguidores de un líder o los militantes de un partido político se construyen así un mundo personal de dogmas inmutables que nadie debe cuestionar. Las doctrinas económicas se establecen igualmente a partir de principios firmes e inflexibles. A un comunista jamás lo convencerás de que un empresario no es necesariamente un explotador como tampoco a un neoliberal fanático le harás ver que el Estado sí debe proveer asistencia a los miembros más desprotegidos de la sociedad.
El capitalismo, en su versión más extrema, es simplemente odioso: se sustenta en la entelequia de que cada persona es capaz de alcanzar el éxito material por sus propios medios y con sólo aplicarse a ello con la debida dedicación; glorifica la figura del sujeto emprendedor sin avisarnos, a los comunes mortales, de que los individuos resueltos y astutos no abundan necesariamente en nuestra especie; responsabiliza a los desposeídos de su destino particular culpándolos, en la práctica, de ser pobres y de carecer de iniciativa personal; promueve un modelo esencialmente egoísta donde cada ser humano debe velar por su bienestar sin contar con la ayuda de nadie más; y, en fin, sacraliza la riqueza hasta el punto de convertirla en una suerte de aspiración universal, en el fin último de todas las cosas, fabricando de tal manera, a punta de incitaciones y tentadoras publicidades, generaciones enteras de gente obsesionada por el consumo de los bienes que ofrece el mercado.
Puede ser cierto, en efecto, que los emprendedores nos lleven a tener más bienestar y es un hecho que hay personas demasiado conformistas, apáticas o declaradamente haraganas. El deseo de lucrar es igualmente un poderoso motor para todo individuo mínimamente ambicioso. En lo que toca a la libertad de producir artículos o la existencia misma de la propiedad privada, estamos hablando de las condiciones elementales para que una sociedad alcance mayores niveles de prosperidad. Pero no podemos imaginar un mundo regido únicamente por el principio de la ganancia en el cual no haya ninguna justicia social ni intervención de los entes públicos para remediar las desigualdades y corregir los desequilibrios.
De la misma manera, el estatismo a ultranza o las políticas declaradamente asistenciales no pueden sustituir las bondades del libre mercado y, en los hechos, el sistema socialista extremo ha fracasado estrepitosamente en todos lados. Es totalmente inviable un modelo en el que se limite de manera expresa el espíritu emprendedor de los ciudadanos y en el que el Estado se apropie de los medios de producción.
El capitalismo está en crisis, al parecer, pero la solución no pasa por instaurar un sistema expropiatorio, por implementar medidas proteccionistas, por perseguir a los empresarios o por combatir el libre mercado. Ah, pero ahí están, y ahí siguen, las ideologías…