Los fervorosos incondicionales del oficialismo celebran grandemente que México haya escalado hasta el decimosegundo puesto en la lista de las más importantes economías del planeta.
Es curioso que reconozcan, de pronto, las valoraciones de organismos financieros como el denostado Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial siendo que encarnan el credo neoliberal pero, bueno, ya vendrá el momento de arremeter contra esos supremos calificadores cuando sus números no contribuyan a las autocomplacencias de doña 4T.
El asunto es que la certificación, en sí misma, no es otra cosa que un registro de la producción global de bienes y servicios de un país. No es un indicador del bienestar personal de sus habitantes y, para mayores señas, la India, una nación paupérrima, ocupa el quinto puesto en la citada clasificación.
El tamaño importa, después de todo, y quienes cacarean que Estados Unidos Mexicanos se encuentra, digamos, por encima de España o Irlanda o Luxemburgo están haciendo comparaciones absolutamente arbitrarias: ¿qué podríamos decir de una nación, como Japón, cuyo producto interno bruto es el doble del nuestro siendo que su población, de 123 millones de personas, es inclusive inferior a los 128 millones de almas humanas que habitan estos pagos?
El gran problema de México, justamente, es que es un país que se mueve a velocidades diferentes, con todo y que está clasificado como un territorio de renta media a nivel mundial: algunos estados del interior son razonablemente modernos, mientras que entidades federativas enteras se encuentran sumidas en un descomunal atraso.
La traída y llevada distribución de la riqueza sigue siendo la gran asignatura pendiente pero no es asunto, qué caray, de empobrecer a Nuevo León o de confiscar los bienes de los grandes empresarios, sino de crear las condiciones para que los mexicanos tengan una vida mejor.
¿Cómo? Instaurando un verdadero Estado de derecho, llevando a cabo las obras de infraestructura que necesita la modernización del aparato productivo, facilitando la inversión y, sobre todo, impulsando un gran proyecto educativo nacional.
¿Lo estamos haciendo? No.
O sea, que le lloverán las críticas de siempre al FMI cuando, la próxima vez, nos rebaje la calificación. _