México figura ya como un adversario directo de los Estados Unidos. La fiscal general del gobierno de nuestro vecino país, cuestionada por el senador Lindsey Graham en una comparecencia ante los augustos miembros de la Cámara Alta, sentenció que gracias al liderazgo de Donald Trump, ‘América’ se mantendrá segura, sin dejarse intimidar por países como Irán, Rusia, China y… México. Tenebrosos enemigos que intentan matar a los estadounidenses “físicamente o intoxicando a sus hijos con drogas”.
Con el perdón de doña Pam Bondi, la referida abogada de la nación norteamericana, los mexicanos no tenemos ni lejanamente la intención de matar a nuestros gentiles vecinos del norte ni tampoco de intoxicar a sus pequeños.
En lo que toca a Irán, ahí sí, mire usted: los ayatolas amenazan con el fin de Occidente y la total aniquilación de Israel, aparte de que están acumulando uranio para volverse tan temibles como los norcoreanos con sus bombas atómicas; los rusos, por su parte, han invadido una nación soberana porque su líder máximo, un siniestro autócrata de nombre Vladimir Putin, desea restaurar a punta de cañonazos (es una manera un tanto arcaica de decirlo, en estos tiempos de drones y otros objetos voladores manejados a distancia) la añorada grandeza territorial de la Unión Soviética; China es más pacífica, salvo que sus mandamases pretenden recuperar la antigua Formosa –la isla de Taiwán—, que en tiempos pasados fue parte de su territorio. Cuando se aventuren a lanzar un ataque militar, si es que llega a ocurrir tamaña eventualidad, se desatará una pavorosa crisis geopolítica.
Pero México, qué caray, no es una potencia belicosa, así sea que las violentísimas organizaciones criminales asesinen todos los días a decenas de naturales, que tengan lugar secuestros, que padezcamos extorsiones y que una tercera parte de las comarcas que conforman nuestra vapuleada República se encuentren avasalladas por los delincuentes. Todo esto, sin embargo, es de exclusivo consumo doméstico y en manera alguna conduce a que queramos matar, ni intimidar, a gente portadora de otros pasaportes.
Vaya sentido de la oportunidad, el del escribidor de estas líneas, que llevaba tres entregas sucesivas promoviendo la cercanía de unos y otros, el hermanamiento de ellos y nosotros, la proximidad de los que ignoran a los mexicanos –en el mejor de los casos— y de los que, en estos pagos, cultivan el ancestral repudio a los yanquis, una muy extraña intransigencia teñida de resentimiento, envidia y, paradójicamente, oscura admiración.
Pues no. Estos no son tiempo de acercamiento sino de rechazo oportunista espoleado por los aviesos intereses de un presidente que no busca entendimiento alguno con sus vecinos sino abierta confrontación. Es la más nefaria y destructiva de las posturas: México, Canadá y los Estados Unidos podrían conformar el bloque económico más poderoso del planeta. Pero ahí, en el camino, está Trump…