La respuesta al avasallador poderío de los hombres no es la violencia de las mujeres. Tampoco el feminismo radical y sectario nos llevará a construir un mundo mejor. De lo que se trata, justamente, es de acabar con una realidad hecha de abusos y ancestrales injusticias, no de reproducir, a manera de revancha, el mismo orden de siempre.
La fuerza bruta ha sido patrimonio exclusivo de los machos de la especie y a partir de ahí hemos edificado sociedades humanas desaforadamente desiguales, sistemas piramidales en los que a las mujeres les han sido negados derechos básicos. Las propias religiones parecen ser un invento fundamentalmente masculino, una herramienta de dominio sustentada en la obligatoriedad de la fe y el incuestionable imperio de los dogmas: la mujer no es un sujeto en sí mismo sino un complemento al que se le han asignado funciones y características secundarias determinadas por voluntad divina y, en consecuencia, debidamente estipuladas en los textos sagrados.
La laicidad del Estado, en este sentido, ha significado un transcendental avance en el proceso civilizatorio de Occidente en oposición a las extravagantes y oscuras teocracias de Musulmania que sobreviven hasta estos mismísimos días: asunto, allá en esas tierras, de latigazos a las infractoras, de reglas en el vestir absolutamente asfixiantes, de descomunales restricciones y de potestades desaforadamente arbitrarias otorgadas a los hombres por el simple hecho de pertenecer al sexo dominante. No es una casualidad que en esas culturas de usos medievales les sea negado a las mujeres el único espacio para ejercer un mínimo poder. ¿Cuál? El de despertar el deseo de unos machos tan concupiscentes como miserables en su condición de aspirantes frustrados a los favores de una mujer. ¿La solución? Taparlas a ellas de los pies a la cabeza. La burka, o sea…
Vivimos, con todo, tiempos de reconocimiento de agravios y, consecuentemente, de reparaciones dispuestas, en principio, para mejorar las cosas en nuestras sociedades: los acosadores ya no se salen con la suya, los derechos de las mujeres están siendo ampliados y la igualdad de oportunidades laborales figura ya en la agenda pública. Falta mucho camino por andar, es cierto. Pero ¿la violencia y el vandalismo?