Quienes contrastamos la exégesis que esboza el oficialismo con nuestra visión de las cosas no hemos terminado de darnos cuenta de algo: la experiencia de la realidad de los partidarios de la 4T no los lleva, a diferencia de nosotros, a cuestionar los quehaceres del régimen.
Son millones y millones de mexicanos los que votaron por que todo siga como está. No parece haberles importado la escalofriante inseguridad que sobrellevamos en este país –secuestros, extorsiones, asesinatos– ni tampoco dan la impresión de relacionar cuestiones como la falta de medicamentos o el catastrófico derrumbe del aparato de salud con un Gobierno ineficiente y atribuirles, a quienes llevan los asuntos públicos, una responsabilidad tan directa como para cobrarles la factura, justamente, en las urnas.
Los salarios han aumentado, desde luego, y las ayudas a los sectores más desfavorecidos también sirven para cosechar votos. Pero eso no explica todo, porque las clases medias, tan denostadas desde la suprema tribuna de la nación, también se sumaron, en porcentajes significativos, a la oleada de apoyo al régimen.
Nos encontramos, entonces, en una circunstancia que no es fácilmente explicable si de lo que se trata es de establecer una relación entre los resultados concretos de las políticas públicas y la respuesta (esperada) de los gobernados. A no ser, ahí sí, que la demagogia, la propaganda y el asistencialismo jueguen un papel que no hemos todavía calibrado en toda su dimensión.
En todo caso, el panorama es muy oscuro en estos momentos, así sea que al pueblo no le inquiete demasiado la deriva autoritaria que estamos viviendo.
¿No nos perturba la perspectiva, a punto de volverse realidad, de que los avances democráticos que han tenido lugar en los últimos decenios se esfumen al transformarse México entero en el rehén de un grupo político todopoderoso?
La oposición, necesarísima en toda sociedad moderna y civilizada, ¿carecerá no sólo de herramientas para contribuir a la edificación de una casa común, sino que se encontrará en un estado de total indefensión frente a los abusos del poder?
Pero, olvidémonos de los críticos, los disidentes y los opositores. Los ciudadanos de a pie, ¿se sienten verdaderamente a salvo?