Nadie debe cerrar los ojos ante la barbarie ni mirar a otro lado pretextando que la paz es un valor tan excelso que debiera llevarnos a igualar al agresor con su víctima.
Ambos se enfrentan, ambos combaten y ambos empuñan las armas. Pues entonces, en la exasperante visión buenista de quienes pretenden no tomar partido, los dos bandos son culpables de lo mismo: están guerreando y matándose entre ellos.
Esa postura, las más de las veces, no resulta de un idealismo bobo sino del mero interés de acomodar la realidad de las cosas a las doctrinas que profesa el presunto pacifista. O sea, cuestión de ideologías o, mejor dicho, asunto de no comulgar, ya en concreto, con los principios que promulgan los países del Occidente liberal y democrático en tanto que serían la expresión misma del antiguo colonialismo o, ya en estos tiempos, los cánones que promulga un sistema capitalista de avasallamiento liderado por los Estados Unidos, por quién más.
El visceral rechazo de las naciones periféricas a los supuestos dictados de la metrópoli —entendida ésta como la potencia que las colonizó en su momento— se alimenta del componente “libertario” que tanto propala la retórica socialista: el tema es resistir, a estas alturas todavía, a los embates de un imperialismo trasmutado en un modelo neoliberal injusto y empobrecedor.
El gran Satán sería el conglomerado de naciones que gravitan en la órbita de los antedichos Estados Unidos —Australia, Corea del Sur, Taiwán, Japón y la práctica totalidad de los países de la Unión Europea, tan sometidos estos últimos a los designios de los estadunidenses que están proveyendo armamento a Ucrania, alegremente y sin chistar, miren ustedes— y en el polo opuesto, junto a unos impresentables de la calaña de Irán, Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua y la Rusia de Putin, unos respondones cuya mera adhesión al grupo testimonia de su talante “emancipador y soberano”.
A los miembros de este club no parece preocuparles demasiado el tema de la democracia ni tampoco muestran indignación alguna de que la soldadesca rusa perpetre escalofriantes atrocidades en Ucrania o de que las hordas de Hamás decapiten a niños israelíes. Y, vaya vergüenza, en esa cofradía de encubridores del horror milita ahora México.