Política

Viene lo peor…

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Estamos viviendo un fenómeno absolutamente extraordinario en estos momentos. Algo que no suelen experimentar generaciones enteras salvo en aquellos lugares del globo donde tienen lugar las guerras de siempre. Ahí están Siria y Yemen, para mayores señas, territorios devastados por la estupidez y la crueldad humana. Pero, caramba, ¿escenas medievales de decenas de féretros de gente desconocida llevados a una fosa común en Nueva York? ¿Cadáveres en las calles de Guayaquil? ¿Calles desiertas en ciudades que hace apenas unas semanas se encontraban rebosantes de vida? ¿Estadios vacíos y silenciosos justo en esos fines de semana en los que jubilosos aficionados llenaban el graderío? ¿Conciertos cancelados? ¿Ferias, festivales, exposiciones, congresos y conferencias que ya no tendrán lugar hasta que retorne una suerte de normalidad que no podemos todavía anticipar y cuyas peculiaridades nos seguirán resultando tan extrañas como insólitas a pesar de haber afrontado ya esta experiencia?

Justamente, no sabemos cómo serán las cosas cuando decrezca la epidemia porque el mentado coronavirus seguirá estando ahí, igual de amenazante si es que ocurre una segunda oleada de transmisiones, como ya nos avisan algunos especialistas previendo la llegada del invierno septentrional y prediciendo que el relajamiento de las medidas de distanciamiento social, o como se llame (vaya terminajo), terminarán por propiciar el retorno masivo de los contagios.

En algún momento habremos de tener una vacuna, desde luego. Y ahí todo será más sencillo (siempre y cuando el virus no haya mutado y que aparezca entonces una cepa más peligrosa todavía). Pero, no es tan evidente que los Gobiernos del mundo puedan aplicar, de la noche a la mañana, miles de millones de inoculaciones, literalmente, por no hablar de que sean primeramente elaboradas las dosis en los laboratorios y que sean posteriormente distribuidas. Ahora mismo, en países como el nuestro no se realizan siquiera las pruebas necesarias por falta de materiales y muchos pacientes, necesitados con urgencia de tener resultados, deben de pagar hasta diez mil pesos para que les realicen exámenes en los centros de salud privados. En todo caso, la aparición de la vacuna no acontecerá pronto: los expertos hablan de un período que va de uno a tres años y, de nuevo, el hecho de que estuviere lista no asegura su inmediata disponibilidad universal.

Está igualmente el tema de la inmunidad de grupo, también llamada, menos elegantemente, inmunidad de rebaño. Se trata de que un alto número de individuos de la especie se expongan directamente al contagio y de que, habiendo sobrevivido (lo cual, en el caso del SARS-CoV-2, el coronavirus en cuestión, implica un riesgo que no es nada menor porque sus índices de mortalidad son mucho más elevados que los de la influenza y la gripe estacional), desarrollen una inmunidad permanente. Llegado el momento, el número de personas inmunizadas es tan mayoritario que el virus deja de propagarse y se extingue por sí mismo. Esta estrategia de combate a la epidemia, a contracorriente de las medidas establecidas por la Organización Mundial de la Salud y de las que han seguido la inmensa mayoría de los países, fue adoptada en un primer momento por Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, hasta que un equipo de consejeros del Imperial College le avisó que, de seguir así, podría haber hasta un cuarto de millón de muertes en las islas británicas. La rectificación fue inmediata.

Ése es el riesgo, señoras y señores, y de ahí se derivan las draconianas disposiciones que han tomado los Gobiernos, obligados por las circunstancias. Las poblaciones se han sometido con mayor o menor voluntad a las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias y en estos mismos momentos están teniendo lugar protestas, en los Estados Unidos, de grupos que invocan sus derechos constitucionales para rechazar el confinamiento. Hubo inclusive una turba armada de fusiles de asalto que pretendió llegar al despacho de la gobernadora demócrata de Michigan para exigirle la derogación de las medidas. Y una parte de la comunidad de negocios, en nuestro vecino país, está comenzando a exigir la reapertura de la economía.

En lo que nos toca a nosotros, no somos unos ciudadanos particularmente disciplinados ni obedientes, más allá de que el temor al contagio (y sus consecuencias) haya llevado a mucha gente a implementar espontáneamente sus propias disposiciones. La perspectiva de un escenario verdaderamente aterrador, en este sentido, está en nuestro horizonte aunque la gente parezca no darse cuenta, visto su comportamiento en las calles y en los espacios públicos.

En manera alguna hemos sobrepasado lo peor y ninguna curva de contagio se ha aplanado, ni mucho menos, sino que el número de casos —tanto comprobados como probables— y de muertes va ascendiendo cada día que pasa. El costo económico del confinamiento y del parón de las actividades productivas es brutal, es cierto. Pero el otro panorama es mucho peor.


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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