Política

Nuestro futuro económico

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El tiempo pasa y en México seguimos enfrentando los mismos problemas. Es una suerte de maldición nacional, una condena que llevamos colectivamente al tiempo que nos deslumbra el espejismo del gran futuro que le espera a nuestra patria. La imaginamos pletórica de recursos y nos decimos, una y otra vez, que sería meramente asunto de que la corrupción no devorara la riqueza de un país que lo tiene todo. Justamente de ahí se nutre el discurso del actual presidente de la República y de ahí —de la promesa, ahora sí, de una gran transformación— se alimenta la esperanza de sus millones de seguidores.

La idea de que el bienestar de la población resulta de los recursos naturales que posee un territorio no es enteramente correcta, sin embargo. Japón, por ejemplo, no cuenta con las abundancias de materias primas que tienen algunos países africanos –postrados en el subdesarrollo— y aquí mismo algunas de las regiones que tienen los más elevados índices de desarrollo humano se encuentran en las áridas zonas del norte.

Pero tampoco tenemos las abundancias que tanto cacareamos: es cierto que los litorales de México abarcan miles y miles de kilómetros pero a este territorio no lo surcan grandes ríos navegables y está fatalmente partido por dos colosales cordilleras, aparte de que la gran meseta central es, en su mayoría, una extensión desértica. Y, después de todo, la riqueza de una nación es la de sus habitantes, no la que se encuentra sumergida en sus aguas profundas o enterrada en el subsuelo.

Hay otro factor: la ruta hacia el bienestar es verdaderamente escabrosa y son muy pocos los países poco desarrollados que han llegado a ser exitosos en el camino. Las políticas públicas tienen mucho que ver, desde luego, y ahí está la Argentina —una de las naciones más ricas del planeta en los albores del siglo XX— como el caso más ilustrativo de cómo un mal gobierno (el peronismo) puede arruinar la economía y empobrecer a todo un país. Pero, caramba, Alemania y Japón fueron totalmente devastados en la Segunda Guerra Mundial. Uno se preguntaría, entonces, qué factores son lo que determinan de manera cabal el desarrollo económico y el bienestar social. ¿Tendría algo que ver, en la realidad de que Japón sea la tercera potencia económica mundial, el hecho de que toda su población supiera leer y escribir en 1890?

Se discuten, en estos momentos, los modelos económicos y comienzan a cuestionarse también las presuntas bondades de la receta neoliberal. No sólo eso, sino que se impugna ya hasta el propio sistema capitalista porque a sectores enteros de la población no les ha tocado tajada alguna en el pastel del bienestar y la riqueza mundial está siendo acaparada por una minoría privilegiada. Las cifras son de escándalo: 34 millones de personas —es decir, apenas el 0.7 por cien de la población del planeta— poseen el 45 por cien de la riqueza global; al mismo tiempo, el 71 por cien cuenta con apenas tres puntos porcentuales de la riqueza mundial. Dicho más crudamente y reducido a un centenar de individuos: una persona, una sola, tiene la misma riqueza que las 99 restantes.

Así las cosas, se podría decir que algo no está funcionando en el mundo y el descontento ciudadano, del cual sacan provecho los líderes populistas, es tan evidente como la deriva autoritaria de muchos regímenes. Justamente, debemos también preguntarnos si la solución al problema está ahí, en la encendida demagogia de los políticos oportunistas y si la consiguiente respuesta a tan complicado asunto se encuentra en la instauración de sistemas en los que, pretextando cambiar todo de fondo, se comienzan a socavar los fundamentos de la democracia liberal y a suprimir las libertades.

Ése es el gran peligro ahora, por no hablar de la propia violencia de las protestas. La protesta social es legítima, y hasta necesaria en su condición de llamada de atención al poder político, pero la violenta destrucción de bienes públicos —propiedad de los ciudadanos, no lo olvidemos— se vuele de pronto algo muy inquietante, aparte de inadmisible.

Por cierto, uno hubiera pensado, a propósito de las movilizaciones, que la llegada de los gobernantes de la 4T hubiera debido originar una nueva era de paz social en el país. Esto no ha ocurrido, miren ustedes. Pareciera, más bien, que se han recrudecido las protestas. Este Gobierno, para los grupos de siempre, es aún más benévolo que los otros. Y, en lo que se refiere a la ruta económica que pudiere sacarnos de la postración social, es evidente que los paradigmas también han cambiado. Resulta extrañísimo que estemos viviendo una austeridad en el gasto público comparable a las políticas antiestatistas implementadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Ellos no se dedicaron a repartir dinero, sin embargo. Pudiere ser, con todo, que esta gran empresa redistributiva terminara por corregir los abismales desequilibrios sociales que tenemos aquí. La mala noticia es que la receta no ha funcionado en ningún lugar. 


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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