Política

¿El estatismo es la solución?

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La deuda de Pemex creció descomunalmente en el pasado sexenio y en años anteriores. No resulta demasiado difícil entender la causa: simplemente, en 2013, la empresa llegó a entregar el 100 por cien de sus utilidades al fisco, lo cual, dicho sea de paso, nos habla de la crónica incapacidad de los Gobiernos mexicanos para recaudar impuestos. Así de eficiente como pudiere ser la gran corporación paraestatal, sería inviable económicamente en tanto que la saquean los responsables de la Administración pública. Y quien dice deuda no sólo se refiere a devolver el dinero sino a pagar un costo financiero. En 2008, el monto de los intereses era de 23 mil millones de pesos. En 2018, la cantidad ascendió a 122 mil millones. Lo repito, no estamos hablando de las aportaciones para reducir el capital sino de lo que cobran meramente los acreedores por haber prestado la plata. O sea, que el Gobierno de Obrador heredó unas colosales obligaciones monetarias que, encima, debe cumplir a rajatabla.

Durante la Administración de Fox, los precios del petróleo alcanzaron cifras récord y el erario recaudó lo que nunca. Algunos especialistas comparan el monto de esos ingresos extraordinarios a las ayudas que se destinaron en el llamado Plan Marshall para la reconstrucción de los países de Europa occidental devastados luego de la Segunda Guerra Mundial. Quien observa, hoy día, la realidad de Alemania, una nación que quedó prácticamente destruida por los bombardeos de las fuerzas aliadas, no puede menos que comparar las cosas y preguntarse sobre el uso que le hemos dado, aquí en México, a tan fabulosos recursos. Ya el presidente José López Portillo nos había avisado, en sus tiempos, que teníamos que “acostumbrarnos a administrar la abundancia”. Pues miren ustedes, fue totalmente catastrófica su administración de la riqueza petrolera: al finalizar su sexenio, la divisa nacional se había desplomado estrepitosamente y tuvimos en este país la más severa crisis económica desde que aconteciera la Revolución de 1910-17.

Con Fox no hubo un derrumbe parecido y Calderón no disfrutó ya enteramente de las bondades del mercado de hidrocarburos, como tampoco Enrique Peña tuvo las mejores condiciones económicas. Pero ¿tantísima riqueza habida en su momento, no deberíamos de percibirla en algún lado, después de todo? ¿No tendría México que estar rebosante de preciosas autopistas, terminales portuarias de primer nivel, modernos hospitales, avenidas bien pavimentadas, frondosos parques citadinos, guarderías y resplandecientes colegios? Pues no, señoras y señores, resulta que el dinero se esfumó en una espiral de corruptelas, ineficiencia gubernamental, dispendios, políticas estúpidas, irresponsabilidades, programas absurdos y costosos subsidios, por no hablar de prácticas clientelares de siempre y de los vicios del corporativismo. Lo que seguimos teniendo son escuelas con inmundas letrinas, clínicas sin medicamentos, cárceles sobre pobladas, cuerpos policíacos insuficientes y mal entrenados, calles llenas de baches, barrios miserables, etcétera, etcétera, etcétera. Ah, y una deuda de la gran corporación paraestatal —Pemex, la “empresa de todos los mexicanos”— que es la más alta de todas las compañías petroleras del mundo, 104 mil millones de dólares, y que supera, por sí sola, a la deuda soberana de la nación.

Lo más deprimente es que México parece no funcionar de ninguna manera: no progresa cuando hay —es decir, cuando le llueve el maná petrolero— y, desde luego, se estanca aún más cuando vuelven los tiempos de vacas flacas porque nunca supo atesorar lo que tuvo para convertirlo en bienes públicos permanentes. Ahora mismo, nos encontramos en un punto de inflexión, por así decirlo, en tanto que el régimen de Obrador le está dando un giro a la política económica seguida por los anteriores Gobiernos. Alega, el actual presidente de la República, que los males que padecemos se derivan todos de una receta, el neoliberalismo, aplicada desde que la referida crisis del sexenio de López Portillo, acaecida en 1982, nos llevara a cuestionar de raíz la eficacia de las prácticas estatistas y a condenar el intervencionismo de un Estado tan mal administrador como corrupto. Y, en efecto, podríamos impugnar los resultados de la presunta aventura neoliberal. El tema, sin embargo, es que ese posible fracaso no resulta de la aplicación de los principios promulgados por la doctrina neoliberal sino de la terca persistencia de los males de siempre de un sistema, instaurado por el antiguo régimen priista, que nunca se transformó a profundidad.

Lo peor que podemos hacer en estos momentos es volver a ese antiguo modelo. Dicho en otras palabras, la deuda de Pemex no hay que reducirla con la plata de los impuestos de los mexicanos. No hay tampoco que vulnerar más a la empresa endosándole la tarea de construir una costosa refinería de muy dudosa rentabilidad. Las verdaderas ganancias están en la producción de petróleo, previa exploración. En cuanto al dinero, quienes lo tienen son los inversores. Pero…

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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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