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Volviendo a la gran final: un fiasco futbolístico

A los señores árbitros habría que proponerles una nueva disposición –algo así como una regla no escrita— para que no silben jamás una expulsión cuando se celebra la gran final de un campeonato.

Que se reúnan para acordar, en una cumbre suprema, esta norma y que la coronación del equipo ganador no se vea entonces empañada por la nulificación futbolística de su rival en la cancha, operada por un sujeto que ni siquiera toca el balón.

En el momento en que comienzan a jugar once contra diez –y ni hablar de cuando son once contra nueve— es ya mejor largarte del estadio e irte a casa. Digo, a no ser que quieras permanecer en las gradas hasta que tenga lugar la ceremonia para entronizar al club de tus amores.

Pero, qué caray, ¿no es un fiasco futbolístico, más allá de que las faltas deban ser sancionadas, el que uno de los contendientes se quede con dos jugadores menos? ¿Qué emoción puede haber ahí? ¿Qué arte, qué embelesamiento de los aficionados con una genialidad o qué jugadas magistrales contra un rival fatalmente mermado?

Expulsas al futbolista impulsivo –o imprudente o irreflexivo o precipitado o aturdido— y no sólo lo castigas a él sino que apaleas a toda la afición, a la que acudió al estadio y a los millones de seguidores que están presenciando el partido en sus televisores, a lo largo y ancho del país.

¿Le parece bien haber acabado con el futbol el pasado domingo, señor Escobedo? ¿No podía usted haberle mostrado simplemente una tarjeta amarilla a Raymundo Fulgencio y sanseacabó? ¿Se creyó usted un juez supremo necesitado de exhibir su autoridad por encima de todas las cosas en vez de desplegar mesura –hablando de impulsividad, justamente— para no jodernos a todos el espectáculo?

Soy seguidor de mis Chivas y el América no es precisamente un club que me despierte desbordantes simpatías. Pero, las cosas son lo que son y los de Coapa fueron los mejores a lo largo de todo el torneo. Merecían ciertamente el triunfo. Pero no así, vaya que no.

Algunos comentaristas ensalzan los orígenes de barriada del balompié y parecen solazarse en las triquiñuelas y simulaciones de los jugadores. A mí, con perdón, no me gustan nada las trampas y me sulfura que un futbolista timador se desplome como si le hubieran soltado una guantada en pleno hocico siendo que apenas le dieron un manotazo en el lomo. Y el tema, desafortunadamente, es que los árbitros se dejan engatusar por las clases de actuación.

Las lesiones son cosa seria, naturalmente, pero son muy contadas las veces en que un jugador quiere lastimar deliberadamente a otro. De la misma manera, le toca al árbitro controlar las cosas cuando un partido se pone muy ríspido. No son iguales todas las ocasiones, sin embargo, y no es lo mismo pitar la fecha tres del torneo que sentenciar irreversiblemente la final.

Y, bueno, luego vino lo de Nahuel. Su actuación se derivó de lo que había acontecido previamente en la cancha, es cierto, pero fue bastante bochornosa –también hay que decirlo— y, ahí sí, merecedora de la máxima pena futbolística.

Muy decepcionante cierre de campaña, para nosotros los aficionados.


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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