El Tata Martino, según nos cuentan, sería meramente un hombre realista. Se ha dado cuenta, con el paso del tiempo, de que los futbolistas mexicanos son lo que son, o sea, que en este país no nacen cracks como en la Argentina, Francia o Brasil, por no hablar de las individualidades que han visto la luz en otras naciones de menores galones futbolísticos.
Tener los pies bien en la tierra, sin embargo, le resta al hombre las cualidades que requiere para motivar a sus muchachos, así sea que carezcan ellos de los tamaños necesarios para sacar pecho en las canchas de Catar y plantarle cara a adversarios, justamente, como la antedicha Argentina, la mismísima Polonia o, dicen los malquerientes y derrotistas, la propia Arabia Saudí.
Se trataría de que el señor director técnico de la Suprema Selección Nacional de Patabola fuera capaz de trasmitir un optimismo generado por cuenta propia, es decir, un entusiasmo sustentado en sí mismo –o sea, sin demasiada relación con la realidad de las cosas y construido, como aconsejan las técnicas que dominan los vendedores y la gente obligada a convencer a los demás, a partir de pensamientos “positivos”— para que sus jugadores se entusiasmen de verdad y “crean en sí mismos”.
La fe mueve montañas, eso ya lo sabemos. A la hora de la hora, sin embargo, se imponen otros factores como la simple capacidad, el talento, la organización y la preparación. El futbol, en este sentido, es de una extrema crueldad: no recompensa a los más entusiastas, a los más entregados ni a los más ardorosos sino que reparte sus premios a una élite muy reducida de equipos –los mismos de siempre, de hecho— que son los que terminan por conquistar los trofeos. Curiosamente, algunos de los triunfadores históricos emprenden también su correspondiente travesía del desierto y no levantan tampoco cabeza a pesar de sus glorias pasadas: miren ustedes, para mayores señas, a esa Italia que ni siquiera estará en el Mundial que se celebrará ya pronto en las lejanísimas comarcas cataríes.
El tema es que los nuestros van a esa cita mundialista sin haber mostrado gran cosa en los últimos tiempos y, al parecer, sin la confianza que necesitarían para por lo menos aspirar a tramitar la etapa de grupos y colarse, ya no al anhelado y codiciado y ambicionado y pretendido quinto partido, sino tan sólo a la segunda etapa.
Lo asombroso es que 60 mil mexicanos viajarán al Emirato para apoyar a su equipo. No sé qué harán después, cuando el Tri esté ya de vuelta luego de haber jugado tres partidos nada más. O, acaso, ¿podríamos creer –no los futbolistas, sino nosotros— en un milagro?
Y es que sí, señoras y señores, hay que decirlo: si algo nos sobra a los aficionados es entusiasmo.
Román Revueltas Retes