La Liga española, según pontifican mis amigos conocedores, no es la mejor del mundo. La máxima competición futbolística de este planeta sería la Premier League, poblada de jugadores enjundiosos que no se arrugan cuando el adversario bestial embiste a la brava –o sea, que no se caen al suelo como señoritas lánguidas del s. XIX (ojo, feministas militantes, no estoy hablando de las mujeres de ahora –sobre todo si se tratara de esas deportistas, justamente, que van por la vida pisando tan firme como cualquiera— sino de las féminas de antes, de las trágicas y sufridas protagonistas de tantas novelas y tantos papeles operísticos) ni escenifican tampoco numeritos como si estuvieran sobrellevando dolores de parto cuando el jugador del equipo contrario les suelta algunos soplidos por la espalda ni cuentan tampoco con la complicidad de los árbitros en sus estudiadas actuaciones de lesionados de sala de urgencias sino que juegan nada más, es decir, van a lo que van y ya.
El tema, con todo, no se refiere únicamente a que los colegiados británicos silban mucho menos faltas o que no interrumpen el juego cuando el latinoamericano recién llegado se contorsiona dramáticamente en el pasto o que los futbolistas se aguantan como los gorilas machos cuando pelean por el reinado de su tribu (o su pandilla o su bandada o su tropa o como se diga). Digo, eso ya sería bastante, y muy encomiable, pero el asunto es otro y tendría que ver más bien con la competitividad de los equipos, es decir, con el nivel que tienen todos (se me acaba de ocurrir que algo parecido podríamos decir –toda proporción guardada y sin gana alguna de entrar en polémica— de la Liga MX porque, caramba, es tan pareja la cosa que cualquiera le gana a cualquiera y los premios se reparten alegremente entre casi todos los participantes dos veces al año).
Volvamos al tema de le Premier League, sin embargo, porque de eso va (parte) de este artículo. Siendo la madre de todas las ligas, como han decretado los mentados expertos en las correspondientes charlas de sobremesa y al calor de algunas copas, ocurre que los mejores equipos de este rincón de la galaxia no son ingleses. Uno es español, el que más Champions ha ganado. Y el otro es alemán, el que más campeonatos locales ha conquistado. Hablo de Real Madrid y del Bayern Múnich.
Volviendo a lo de la Liga española, ayer vimos, justamente, un partido deslumbrante y trepidante y apasionante y vibrante, protagonizado por sus dos supremos protagonistas. Pues sí, pero lo que hay que decir es que el Barça y el Madrid han monopolizado casi de manera absoluta el escenario futbolístico del Reino de España. Por ahí, el Atleti mete a veces las narices –los colchoneros de Cholo Simeone iban arrasando en la Liga, una verdadera hazaña, pero parece que comienzan a desinflarse precisamente por no tener los tamaños de los otros dos— y sanseacabó, ya no hay más.
Es una mera cuestión de dinero, señoras y señores. Ningún club, en España (ni en casi ningún otro lugar) puede gastar la millonada que estos equipos le meten a su plantilla. O sea, que estamos hablando de una competición… de dos participantes. A punta de billetes, encima.
Así las cosas, nos quedamos mejor con la Premier League. Digo, también gastan (ni qué decir del Manchester United) pero las diferencias no son tan descaradas. Ah, y son también más hombrecitos.
Román Revueltas Retes