Los turistas que han viajado a Qatar hablan de un lugar absolutamente deslumbrante: fabulosos rascacielos, autopistas, lujosísimos centros comerciales y, justo ahora que va a tener lugar el Mundial en ese país tan distante, unos estadios ultra modernos, en los cuales los sistemas de refrigeración van a temperar sin problema alguno las infernales temperaturas que sobrellevan los habitantes de la Península Arábiga.
En lo personal me mete mucho ruido tanto el tema de la desigualdad entre hombres y mujeres dicatada por la religión como la ausencia de un Estado secular, por no hablar de cuestiones como la prohibición de degustar siquiera de una copa de vino en la terraza (refrigerada también) de un restaurante. Y eso que Qatar, según parece, es uno de los países menos represivos y estrictos de Musulmania pero, miren, el disfrute de entrar a cualquier café de Bélgica y trincarse una Duvel o una Westmalle triple o, ya en plan más fifí —como se estila decir ahora por cortesía del régimen de la 4T— una Straffe Hendrik quadrupel, le resta puntos al territorio árabe y consagra a la nación europea como un destino turístico mucho más preferible (produce las mejores cervezas del mundo, con perdón de Alemania y de Chequia).
Cuentan los visitantes que se han aventurado en aquellas tierras del Medio Oriente que la riqueza es absolutamente avasalladora, por decirlo de alguna manera, y que lo que más les sorprende es saber que hace apenas unas décadas no había nada en esos desérticos parajes. Pero, los antiguos beduinos encontraron petróleo, como aquí en México, y gas, también como en estos pagos, y la plata del maná petrolero la pusieron a trabajar en la edificación de un país modernísimo en sus infraestructuras, aunque no tan progresista en la cuestión social.
El asunto es que van a celebrar un campeonato del mundo de futbol y están ya totalmente preparados. Que hayan desmadrado los calendarios de las competiciones futbolística del resto del planeta al programar la gran justa en noviembre y diciembre es, por lo visto, un tema menor. La que autorizó tamaño reajuste de las cosas fue doña FIFA, después de todo, y los árabes lo único que hicieron fue presentarse ante las demás naciones como unos meros aspirantes.
Miles de mexicanos estarán, como es costumbre, en las gradas de los estadios para apoyar, según pretextan, a nuestro equipo nacional. Vistas las cosas, parece una empresa muy generosa: el Tri, en estos momentos, es la quintaesencia de la mediocridad y pasará de noche en el Mundial 2022. Pero, bueno, el viaje valdrá de todas manera la pena. Es más, ya avisan de que servirán martinis y otros cócteles en ciertos lugares de Doha.
Yo, con el permiso de ustedes, prefiero apoltronarme en cualquier café de barrio de Lieja, de Mons o de Charleroi. Y, de no conjugarse los astros como uno espera, pues me conformaré con saborear un mezcal en Morelia o un tequila en Aguascalientes.
Por cierto, Bélgica es en estos momentos el segundo mejor equipo de futbol del mundo…
Román Revueltas Retes