El futbol, en principio, no es un deporte de apreciación. O sea, que no son unos jueces, con las naturales limitaciones de la percepción humana y los inevitables impedimentos del sentido de la vista (de eso se aprovechan, justamente, los magos –el término prestidigitación se refiere a eso, a la habilidad de mover las manos rápidamente— para, a punta de fugaces movimientos, engañar a los espectadores de sus virtuosos malabares) quienes califican el desempeño del competidor, como en el boxeo o la gimnasia artística, sino que es asunto meramente de traspasar con un balón la meta del adversario.
Ah, pero está el tema de las faltas y de las acciones indebidas y de las infracciones a las reglas. Y, ahí, el señor árbitro es quien determina si un jugador pateó dos veces la pelota al momento de ejecutar un penalti, si el empujón que le propinó el volante al central del otro bando fue deliberado, si el delantero se encontraba una nariz por delante del último defensor en el ataque o si el lateral pisó la raya en el momento de un saque de manos. Cosas, todas ellas, calificables y evaluables –aparte de punibles— por un individuo de la especie que sólo está en condiciones de observar los hechos una sola vez, sin repetición alguna porque todo acontece en tiempo real, y que pudo haber tenido un momento de distracción, imaginar algo que no ocurrió verdaderamente o, peor aún, interpretar los incidentes con deliberada parcialidad.
A propósito de volver a mirar una jugada, sobre todo las que terminan en la anotación de un gol, las últimas veces que he ido al estadio –hablo de tiempos idos, estimados lectores, de una antigua normalidad que no sabemos cuándo volverá, en espera de la providencial vacuna que nos salvará a todos (digo, si es que la aplican universalmente en este país porque ya don Gatell nos advirtió que no será así y que estará reservada a sujetos elegidos con criterios clínicos de insondable e indeterminable pertinencia)— me he quedado esperando instintivamente la repetición del momento, condicionado ya como un perro sometido a los experimentos del doctor Pavlov por la costumbre hebdomadaria de seguir los partidos en la tele. Y, pues no, en las gradas nadie te ofrece un recuento visual de lo que pasó.
Precisamente por eso, por lo fugaz de las peripecias en la cancha, es que se comenzó a usar el VAR por ahí de 2016. Pero…