Hay cosas de las que resulta muy difícil hablar. Ahí está el suceso protagonizado por Dani Alves, justamente. En estos casos se ha dudado persistentemente de las declaraciones de los hechos que presentan las mujeres. Y, ahora mismo, la propia esposa del jugador brasileño lo exculpa de la acusación aduciendo que en muchas ocasiones fueron las admiradoras quienes, delante de ella misma, se acercaban descaradamente a su marido con muy dudosos propósitos, por decirlo de alguna manera.
Los indicios recopilados y las mismas declaraciones del futbolista llevan, sin embargo, a que la presunción de que una violación haya tenido lugar sea lo suficientemente sólida como para que una jueza lo haya enviado a prisión, provisionalmente y sin derecho a fianza.
Alves dijo, en un primer momento, que no conocía a la chica: “Lo siento mucho, pero no sé quién es esa señorita, no sé quién es, no la he visto nunca en mi vida”, puso en un video que envió a una cadena televisiva. Ocurrió después que sí admitió haberla conocido en la zona VIP de la muy exclusiva discoteca Sutton de Barcelona. Y, al final, las tres versiones que ofreció al comparecer ante las autoridades, distintas y contradictorias en oposición a las consistentes declaraciones de la víctima, hicieron que la magistrada que investiga el caso dictara su encarcelamiento.
Hay algo más: ante la mera sospecha de que la denunciante estuviera actuando de mala fe –más allá de lo incriminatorias que son ya las evidencias— el hecho de que haya renunciado a ser indemnizada por el brasileño nos habla de que no se trata de alguien que está tratando de sacar meramente partido –es decir, provecho— de una circunstancia. Al contrario, al serle comunicado por la jueza que tiene derecho a ser resarcida monetariamente por los daños sufridos, tanto lesiones físicas como menoscabos emocionales, ella respondió que su único propósito es que se haga justicia.
Abatido y derrumbado al verse en prisión, este hombre sabe ya que su vida quedará marcada para siempre por un suceso, siniestro y calamitoso, de su exclusiva autoría. No estamos hablando de la fatalidad que les cae encima a los humanos cuando enfrentan los ciegos embates del destino. Se trata, aquí, de la bestialidad del macho ancestral que tan impunemente ha sojuzgado a las mujeres durante siglos enteros.
Este odioso acto, por fortuna, no acontece en una sociedad, como la nuestra, en la que los violadores de alto rango pueden salirse con la suya –así sea que tengan que renunciar a los laureles de un eminente cargo político para que la ignominia no sea tan descaradamente consagrada en los espacios de lo público— sino en un país de leyes donde impera la justicia.
El futbol fabrica individuos muy poderosos, auténticas celebridades mundiales. Pero siempre habrá una jueza, unos agentes investigadores y una celda de prisión para ellos cuando se sientan merecedores de pisotear la dignidad, la soberanía personal y la integridad física de sus semejantes.
Román Revueltas Retes
