La pandemia acecha cada vez más cerca de nosotros. No son ya solamente los casos que vemos en las noticias, nuestros familiares y amigos enferman. Con más de 50 mil muertes (¿multiplicadas por 3, por 4?) y 463 mil personas contagiadas debemos seguir preguntando por qué no hubo una estrategia que hubiera acotado a seis mil las bajas —o menos—, como quería ilusoriamente López-Gatell el lunes 4 de mayo, hace tres largos y difíciles meses.
Aunque la semblanza del subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud dice que es “médico cirujano, especialista en Medicina Interna, maestro en Ciencias Médicas y doctor en Epidemiología” (gobierno de México), en vez de honrar su noble profesión el doctor López-Gatell prefirió adular al Presidente —“su fuerza es moral, no de contagio”—; ¿por qué no llamó a un equipo de especialistas para coordinar una estrategia nacional contra el covid-19?
Con 66 años a cuestas, el Presidente tiene sobrepeso y padece hipertensión con antecedente de infarto al miocardio; aun así se niega, díscolo como es, a colocarse el cubrebocas, no solamente para protegerse, sino para dar el ejemplo a una población en gran parte indolente y desinformada. El subsecretario, por su parte, usó cubrebocas por primera vez en público apenas el pasado 12 de julio, después de meses de declaraciones contradictorias.
El coronavirus llegó a México a fines de febrero y la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia el 11 de marzo; unos días después el Presidente declaraba que “no nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias, nada de eso”; “hay que abrazarse, no pasa nada”.
Al igual que su jefe, López-Gatell desdeñó la experiencia de las políticas públicas de salud de países que tenían éxitos iniciales en la contención del virus, como aplicación de pruebas masivas, control de las fronteras, aislamiento de personas contagiadas, confinamiento selectivo, uso generalizado de mascarillas y otras medidas que podrían haber salvado miles de vidas, aun con un sistema de salud mutilado por los drásticos recortes del nuevo gobierno (con una población de 126 millones, Japón solo ha tenido poco más de mil muertos). El Presidente dice que usará cubrebocas cuando se acabe la corrupción, sin que aluda ni por error a Manuel Bartlett ni al senador Armando Guadiana Tijerina, ni a Ana Guevara, entre otros distinguidos funcionarios.
La escritora Liliana Blum pregunta en Facebook: “¿Que los niños con cáncer se están muriendo sin quimios, que no hay vacunas, que no hay medicamentos en general, que hay 15 millones de desempleados desde que llegó AMLO, que hay casi 70 mil homicidios dolosos desde que el humanista tomó el poder, que el PIB tuvo una caída histórica del 18%? No pasa nada. López sigue metiéndole dinero a su prioridad: el beisbol y sus cuates empresarios corruptos”.
La pandemia le da la puntilla a una situación que se deterioraba aun antes de que el Presidente se mudara al Palacio Nacional. Desde la cancelación del nuevo aeropuerto hasta la de Constellations Brands y su perniciosa e inútil apuesta por Pemex, la economía y el PIB se desploman cada día. El crimen campea en todo el país y la impunidad es casi total. El Presidente saluda a la madre del Chapo Guzmán y se toma fotos con el Komander, infame rapsoda del narco.
Los programas sociales del Presidente han mitigado un poco la situación de miles de familias, pero al ser “técnicamente deficientes, políticamente clientelares e integralmente insuficientes”1 no bastan en un entorno cada vez más ruinoso. Los desempleados ascenderán a 3.4 millones al cierre de 2020 (OCDE), según la ONU la pobreza crecerá de 52 a 68.5% de la población y el Instituto Mexicano del Seguro Social indica que entre abril y junio se eliminaron 10 mil 351 registros patronales de pequeñas y medianas empresas con una plantilla laboral de 6 a 250 personas.
¿Debe sorprendernos la popularidad de un Presidente autoritario, negligente y provinciano? No, pues casi 30 millones de votantes comparten su idiosincrasia. Lo que debe preocuparnos es que no existe una oposición política inteligente, y pedir la renuncia a claxonazos es absurdo y estéril. Hay crítica seria al gobierno, sí, pero no ha conseguido trasminarse a la gran opinión pública, aunque la oposición a la 4T es más palpable en las redes sociodigitales. Proliferan los corifeos y defensores del Presidente, desde los incondicionales Epigmenio, Gibrán y Attolini hasta los incensarios y autosuficientes artículos de Jorge Zepeda.
En unos meses tendremos una vacuna contra el covid-19, afortunadamente, pero nadie puede asegurar que algún día tengamos una vacuna efectiva contra la estupidez política.
1. José Ramón López Rubí C., “La pandemia y la indolencia económica de AMLO”, El Universo, 30 de julio de 2020.