A pesar de las constantes alusiones mañaneras del presidente López Obrador a la historia mexicana —la oficial—, sus nociones son penosamente absurdas, como ésta: “Hay dos cosas que son muy valiosas en nuestro país, la primera es nuestra cultura, o nuestras culturas; México se fundó hace más de diez mil años. [...] Con todo respeto, todavía pastaban los búfalos en lo que hoy es Nueva York y ya en México había universidades, y había imprentas”.
Cuando se le preguntó por esa declaración no dudó en afirmar que: “Los seres humanos habitan América desde hace cinco, diez mil millones de años”. A pesar de ostentar su firma en 17 libros de ensayos históricos y de política, de 1986 a 2018, no puede creerse que el Presidente sea el genuino autor de la totalidad de su contenido, como nos lo hace suponer la anécdota que ocurrió durante la campaña electoral de 2012. Cuando en el pleno de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) lo interrogaron sobre “algunos temas incómodos” que trataba en su libro Nuevo proyecto alternativo de nación, como la de que las asociaciones patronales “son verdaderos parlamentos de las clases dominantes y verdaderos enemigos de la libertad”, negó ser el autor de ese pasaje: “Ese libro no lo escribí yo”, respondió, “sino un grupo de intelectuales, yo solo escribí la introducción”.
En otra ocasión López Obrador exigió una disculpa a España por los abusos y crímenes de la conquista —ya Hugo Chávez había hecho una petición semejante en 2008 y luego su sucesor Nicolás Maduro en 2017— y al papa Francisco “por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos” de la Iglesia católica. Ambas exigencias fueron soslayadas, al igual que agencias como Fitch Ratings, Moody’s, Standard & Poor’s, Citibank, además del FMI y otras instituciones financieras internacionales, han ignorado la demanda de perdón del Presidente ante las calificaciones a la baja respecto del crecimiento económico del país. Hace unos días volvió a la carga, esta vez contra el rey Juan Carlos y la compañía Iberdrola.
“Hay temblores, hay hambrunas, hay inundaciones, hay incendios, hay malos gobiernos, corrupción y sale adelante... la cultura salva a México siempre”, declaró el Presidente con el mismo aire cínico con que asegura que ya vencimos a la pandemia. Pero, ¿cuál es su concepto de cultura? El Presidente dijo que: “Todo es relativo, habría que definir qué entendemos por cultura, porque si se trata de apoyo a la cultura les podría decir que nunca se había apoyado tanto a la cultura como ahora, en mi concepción de cultura”. Para él, “cultura es lo que tiene que ver con los pueblos y nunca los pueblos originarios, los integrantes de nuestras culturas, habían sido atendidos como ahora” — aunque en el presupuesto 2020 asignado al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI) hay un recorte de 40.5% en comparación con lo asignado en 2019—; añadió que “hay muchas interpretaciones sobre cultura, ciencia o política”. “La política”, siguió en el mejor estilo de Cantinflas, “se inventó para evitar la guerra, la política, que es historia. En fin, tantas definiciones. Entonces, depende de cómo se vea”.
Estas aseveraciones cobran más sentido junto a otra que expresó en un ejido de Huejutla, Hidalgo —el noveno estado más pobre de la República—. En un video se ve a López Obrador con un vaso de jugo de caña a un lado de un campesino. El Presidente dice: “Esto es la auténtica economía popular, Gilberto es ejidatario, tiene su parcela y cultiva la caña; tiene su trapiche, su caballo, que la verdad trabaja más que Gilberto, es el motor, el que mueve el trapiche”. Muestra el vaso de plástico a la cámara y continúa: “Este vaso de jugo vale diez pesos, es natural, exquisito y no como el agua esa puerca que venden embotellada”. Concluye: “Ésta es la economía que estamos impulsando”. En la mañanera del 23 de septiembre dijo que: “Si producimos en México lo que consumimos, nos van a hacer lo que el viento a Juárez”, lo que hace sospechar que desconoce la relación entre el crecimiento económico de un país y el libre comercio.
En 2017 afirmó que “no tiene mucha ciencia extraer petróleo, pues solo es cavar un simple pozo, meter un tubo para sacar el combustible y ya”, lo mismo que expresó a pocas semanas de haber tomado posesión: “No crean que tiene mucha ciencia el gobernar.
Eso de que la política es el arte y la ciencia de gobernar no es tan apegado a la realidad, la política tiene más que ver con el sentido común, que es —eso sí— el menos común de los sentidos... la política es transformar, hacer historia” — aunque si algo ha faltado en muchas de sus decisiones, de la destrucción del NAIM a la tragedia de Tlahuelilpan o la derogación de la reforma educativa es, precisamente, sentido común, a lo que podemos sumar la liberación de Ovidio Guzmán y la confusión para explicar el cobarde asesinato de mujeres y niños de la familia LeBarón.
El Presidente cristiano sería “feliz, feliz, feliz” si pudiera gobernar un país provinciano, eminentemente rural, de gente buena y piadosa —“Todos a portarse bien”, ha dicho, con especial dedicatoria a criminales sanguinarios—, libre de tentaciones y acaso desconectado del mundo. Por ello cada mañana desde el comienzo de su mandato plaga su discurso de mentiras y malos chistes, disparates, burlas, acusaciones y refranes populares, silencios, miradas justicieras y admoniciones bíblicas, entreveradas con sonrisitas perdonavidas y sentencias juaristas —y hasta un par de gratuitas e inesperadas referencias a Mussolini y a Hitler.