La educación mexicana ha vivido altas y bajas, generalmente ha tenido referentes pedagógicos, derivadas de marcos teóricos congruentes en sí mismos, según sus bases psicológicas y pedagógicas, bajo las cuales los maestros podían desplegar procesos didácticos, con los que se operaban los supuestos teóricos, pudiendo contrastar los resultados con el marco referencial. Cuando se dejaron atrás las propuestas de Juan Jacobo Rousseau, Heinrich Pestalozzi, Federico Froebel, John Dewey, María Montessori, y los mexicanos Enrique Rébsamen, Gregorio Torres Quintero, Justo Sierra, Gabino Barreda, Joaquín Baranda, Rafael Ramírez, Moisés Sáenz, me tocó a mí como profesor, que se decidiera enseñar bajo los principios del conductismo de Wundt, Watson, Thorndike y sobre todo Skinner, y Bloom posturas distintas sobre esa línea; por fortuna más adelante se estableció trabajar bajo la llamada Pedagogía operatoria, basada en la revolucionaria teoría de la epistemología genética de Jean Piaget.
Derivada de ésta siguió el constructivismo pedagógico y finalmente la propuesta de Modelos por habilidades y luego por competencias sustentadas en Edgar Faure, Jacques Delors y Phillip Perrennoud, es decir, aunque muy desgastado con los panistas, antes de Peña Nieto, los profesores tenían un referente teórico que orientara su quehacer didáctico, pero con la Reforma Educativa ese aparato teórico se derrumbó por completo, dejando a la deriva totalmente al magisterio de la educación básica y media superior.
Se podía pensar que no se podría estar peor, mas, en la presente administración, con Delfina Gómez al frente de la Secretaría de Educación, la educación está en un caos gigantesco, porque no solo no hay modelo educativo, ni pedagógico que sustente la labor docente, sino que ya empezó a romper el pequeño rescate que significó volver a las escuelas de tiempo completo, es decir con clases matutinas y vespertinas tomadas por los mismos alumnos, como sucedía antes que la presión demográfica obligara a tener escuelas de turno matutino y vespertino, según el Plan de Once Años.
La doble desgracia de tener un Presidente que se piensa inteligente y además creérselo y darle la Secretaría a una porrista, dejará sin duda una educación pública desecha, sin raíces y expuesta a la total improvisación.