Lo que aquí se anota se hace desde la atalaya de la cultura, sin duda tiene su arista religiosa y puede lastimar creencias fincadas en la fe incuestionada, las cuales son respetables y respetadas en un esquema que se espera sea de recíproca madurez; más en estos tiempos en que las posadas, en determinados círculos y prácticas sociales, se han reducido a la última parte: la fiesta; omitiendo los componentes primeros que tienen toda la carga en las creencias y por tanto desconectada del sentido religioso dentro de la fe católica.
Aún así, el arraigo es profundo y se ha discutido que quizá esto se deba a que tienen incorporadas acciones, que en las culturas mesoamericanas, al menos las nahuas, en tiempos prehispánicos dedicaban a Huitzilopochtli, precisamente en fechas que coincidían con la celebración de la Navidad traída por los primeros frailes llegados a estas tierras.
Nueve fechas que servían entre otras cosas, para las disposiciones de los esclavos que se sacrificarían en honor a la deidad.
En el proceso de transculturación, estos días, según autorizó Sixto V a Diego de Soria, se realizaron por un buen tiempo, misas que se llamaron de Aguinaldo que poco a poco se transformaron en las posadas. Romero de Terreros asegura que estas son puramente creación mexicana, Mariano de Cárcer señala que es una tradición andaluza.
Andrade Labastida en apoyo a la primera idea, documentó que la celebración a Huitzilopochtli, era nocturna y al día siguiente, en las familias se hacía fiesta obsequiando comida a los invitados y pequeñas figuras hechas de masa de maíz batida con miel de maguey y cocidas al comal, por lo que para los frailes, resultó relativamente fácil asociarla al nacimiento del Niño Dios y sustituir esos nueve días por las Misas de Aguinaldo.
Al principio, cuando la celebración salió de las iglesias, se hicieron representaciones en los atrios, luego cada barrio e incluso las familias particulari-zaron el pasaje donde María y José solicitaron albergue.
El arte popular contribuyó a la elaboración de los “nacimientos mexicanos”, hechos de barro o de cera colada en moldes de barro.
Esa representación, iba acompañada de un grupo solidario que cantaba la solicitud -llevando ceras, luego luces de bengala- y recibía la respuesta de no haber lugar en los mesones (casas).
Una vez instalados los viajeros en el pesebre la noche del nacimiento, es decir la novena ocasión; se rompía la piñata, y se disfrutaba de colaciones ya en fiesta, donde la contagiosa alegría se ponía de manifiesto por el acontecimiento de la natividad.