En vísperas de conmemorar el Día de Muertos, pensé si escribir sobre la cosmogonía de los irritilas que guardaban a sus muertos en cuevas, en posición fetal y envueltos en sacos de lechuguilla, como si se tratara de volver al útero materno y cerrar el ciclo vida-muerte; o de los pleitos tenidos por años por los tlaxcaltecas de San Esteban con el cura Ulibarri, porque les impedía encender velas y llevar ofrendas de pan, comida y flores a la iglesia y al panteón, como era su costumbre y que por cierto curiosamente se sigue practicando aquí y no en Saltillo, o discurrir sobre el Tamoanchan y el Tlalocan y el Chicnauhmictlan, lugar de los muertos de nuevo pisos.
Pero el destino había decidido el tema, aunque envuelto en tilma de negro dolor, porque el viernes 21 de octubre, falleció mi gran hermano por casi cuarenta años, Gilberto Prado Galán, enorme escritor, palindromista, ensayista, y poeta coahuilense.
Fue una noticia desgarradora e inaceptable que el Creador haya llamado a mi amigo. Recordé una canción que hice llamada: Cuando un cariño se va... Parafraseando:
Cuando un amigo se va, se queda triste el corazón.
Tenía Gil una mente que no alcanza ningún superlativo a describir, producto de mucho estudio y trabajo, y que como él decía, estaba magistralmente amueblada; pero además tenía un morrocotudo corazón, donde albergaba a sus seres queridos, hermanos, amigos y desde luego a sus adoradas hijas que nunca descuidó un poco en sus pasos.
A las 6:20 me respondió un mensaje, a las 6:47 me envió su columna de Milenio; minutos después moría, se supo, como a las siete de la mañana. Con su sentido del humor Gilberto quizá habría dicho como la canción, “fallaste corazón”.
No sé si fue fulminante o presintió y sintió su muerte y haya tenido tiempo y conciencia de recordar, sin duda preocupado, a sus hijas que quedarían solas, o fue su recurrente pensamiento la presencia de Leticia, el gran amor de su vida.
Sabemos que Gilberto enfrentó su duelo y cada día se impuso a la adversidad, sacó vigor de la resiliencia para escribir en tres años su obra máxima, según nos decía: Ella era el Jardín, que pudo tener en sus manos.
No sabemos a dónde van los muertos, si las almas es verdad que se encuentran en algún infinito y eterno lugar, pero tesonero como era, sé que Gilberto está ya al lado de su amada.
Por supuesto que lo extrañaré.