En un país anestesiado a punta de sangre y de balas, hacen falta crímenes mayores en su perversidad y en su horror para conmovernos. Desde el cadáver de la niña descubierto en una maleta azul con huellas de abuso no se nos había ahogado un grito colectivo tanto como con el cuerpo del bebé del penal de San Miguel, en Puebla.
Tenía alrededor de tres meses, un brazalete de hospital con sus apellidos y una incisión a la altura del vientre. El 10 de enero un interno que hurgaba en la basura, buscando qué reciclar, lo vio envuelto en una cobija azul y una bolsa con residuos de polvo blanco y lo reportó. Había fallecido una semana atrás de complicaciones intestinales, hemorragia y choque séptico. Las autoridades dejaron pasar más de una semana sin molestarse hasta que una familia, viéndolo en las noticias y sospechando lo peor, fue a revisar la tumba de su hijo muerto el 5 de enero en la Ciudad de México. Descubrieron que el cadáver había sido exhumado de su pequeño ataúd en el panteón de San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa, y llevado a 140 kilómetros para usarlo quizá como envoltura de algún contrabando. Su madre le había puesto por nombre Tadeo, que significa corazón valiente.
Al revelarse lo anterior el gobernador de Puebla culpó a los medios por enterarnos del asunto y, luego de caerle encima la presión social, mandó aprehender a 19 trabajadores del penal, destituyendo al secretario de Seguridad Pública y al subsecretario del sistema penitenciario. La policía capitalina tuvo que desistirse de su intento de darle carpetazo al caso y el Presidente, haciendo lo que mejor sabe, evadió toda responsabilidad, acogiéndose a su lugar común favorito desde la comodidad de su púlpito mañanero, anunciando que ese horror “…es fruto podrido de la descomposición social, son hechos lamentables que no deberían suceder, pero tienen que ver con el pasado reciente, eso es lo que nos dejó la política neoliberal”. Supongo que hincársele a las mamás de los capos, dejar escapar a sus herederos, usar a las policías para golpear migrantes, permitir que el narco viole las elecciones a favor de sus candidatos y condolerse de los criminales cuando por fin los encarcelan en los Estados Unidos no tiene nada que ver con que a dos años en el poder su gobierno haya convertido al país en un infierno de corrupción, violencia e incompetencia que nos hace añorar a cualquiera de sus impresentables antecesores.
Las preguntas que quedan son muchas, aunque de antemano sepamos que de la oficialidad difícilmente tendrán respuesta: ¿Cuál es el nivel de corrupción que debe alcanzar un penal como para permitir la entrada de un cadáver sin que nadie levante alarmas? ¿Por qué a la fecha no sabemos, en un sitio conocido por registrar orificios corporales a placer, quién ingresó con un bebé para salir sin él en la visita? ¿Así de cómodos se sienten los criminales como para descartar al cuerpecito con todo y su brazalete de identificación? Y, la que no me deja dormir: ¿qué tan perdidos necesitamos estar como sociedad para que sintamos alivio al saber que Tadeo murió de muerte natural?
Roberta Garza
@robertayque