Política

Maximiliano en Dolores

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Entre los absurdos de nuestra historia está el que Maximiliano de Habsburgo haya sido uno de los principales impulsores de nuestra fiesta de Independencia. El archiduque bien sabía el valor de los rituales públicos, los símbolos patrios y los emblemas nacionalistas para cimentar su imperio Mexicano.

Porque Miguel Hidalgo y Costilla se levantó en la madrugada del 16 de septiembre de 1810 no con la intención de hacer de México un país independiente, sino para mostrar su rechazo al impopular José Bonaparte, mejor conocido como Pepe Botella por su afición al alcohol y recién colocado en el trono español gracias a los ejércitos de su hermano. Buena parte de la sociedad novohispana se inclinaba por una junta criolla, pero siempre bajo el mando del depuesto rey Fernando VII; la revuelta, lanzada en el apresuramiento del inminente arresto de los conspiradores, duró apenas unos meses, terminando con la captura de Hidalgo a las afueras de Guadalajara y su pronta ejecución. La independencia como tal culminó una década después, cuando el joven coronel criollo Agustín de Iturbide accediera a cambiarse del ejército real al bando de Vicente Guerrero, entrando prácticamente sin oposición a la cabeza de su ejército a la ciudad de México el 27 de septiembre de 1821, separando con ello al fin los destinos de México y España.

A partir de entonces la fiesta se celebró en una u otra fecha —o en ambas— según el color del gobierno en turno: las administraciones liberales festejaban el 16 el fin del yugo monárquico y colonialista, mientras que las conservadoras recordaban el 27 los frutos de la herencia civilizadora y evangelizadora de España. La excepción fue en las presidencias revolventes de Antonio López de Santa Anna, quien añadió el día cuando repelió al ejército español en Tampico, el 11 de septiembre de 1829, como “la consumación del glorioso esfuerzo independentista”.

La esquizofrenia no terminó hasta cuando Benito Juárez revisó el calendario festivo nacional y dejó al 16 como día oficial, decisión que permaneció a través de la moratoria de pagos dictada por el oaxaqueño que, a su vez, causó la intervención del ejército de Napoleón III y la invitación de nuestros conservadores en el exilio a que viniera a gobernarnos el archiduque de marras. El austriaco entendió la importancia de la fecha y la deferencia debida a ésta; a escasos meses de haber llegado al país sugirió que un monumento propuesto para erigirse a nombre de la emperatriz, en el Zócalo de la Ciudad de México, glorificara, en vez, la Independencia de la Patria, con estatuas marmóreas de Hidalgo, José María Morelos e Iturbide. Con todo y que la curia bendijo la primera piedra, el proyecto se pospuso a perpetuidad debido a estrecheces presupuestarias.

El monumento que dejó Maximiliano fue el inmortalizar el gesto de Hidalgo en la ficcionalizada forma como ahora lo conocemos: con una arenga dada la noche de su primer 15 de septiembre, el de 1864, desde el balcón de la casa parroquial del mismísimo Dolores, donde medio siglo antes Miguel Hidalgo y costilla había llamado a “coger gachupines” dándole vivas a Fernando VII.

El resto es historia.

@robertayque

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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Notivox (Notivox Monterrey y Notivox Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Notivox Diario con su columna Artículo mortis
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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