Es insólito que la Iglesia aborde el tema, aun a susurros; cuatro días de cónclave para tratar públicamente los abusos sexuales en su seno le ha de botar el chip a más de un jerarca. Pero no vayan a creer que por arrepentimiento o dolor ante las víctimas, sino porque no pocos en la cúpula siguen pensando que los sacerdotes son espiritualmente superiores a los laicos y que la Iglesia está por encima de las leyes humanas, debiendo éstas conformarse siempre a los dictados de aquella. Así, someterse al escrutinio civil les resulta una verdadera afrenta que les hace espumar la boca.
Quizá por eso el Vaticano reserva la virtud de la caridad exclusivamente para los perpetradores. Los raros pastores que en algún momento de humanidad básica se solidarizaron más con las víctimas que con la institución, atreviéndose a denunciar en vez de imponer la omertá de costumbre, pagaron el precio.
Por no hablar de los ultrajados, ignorados hasta que hacen públicas sus quejas, cuando son inmediatamente acusados de mercenarios, de locos o de agentes de Satán: la víspera de la apertura del encuentro el papa dijo que “Los que se pasan la vida acusando son … amigos, primos, parientes del diablo”, olvidando que sin su insistencia los crímenes que ahora abordan con tanto aparente arrepentimiento seguirían ocultos entre los pliegues de las sotanas; fueron esos “parientes del diablo” quienes lograron que se secularizara al cardenal Theodore McCarrick, por décadas intocable hasta que fue acusado de, entre otras cosas, tener sexo durante la confesión.
Ellos fueron quienes le enmendaron la plana a Francisco en Chile, cuando defendió vehementemente a Juan Barros, el obispo que a su vez había protegido a Fernando Karadima, fundador de un movimiento carismático y abusador serial.
Ellos empujaron las investigaciones civiles en Pensilvania que revelaron la complicidad de la Iglesia en los abusos de cientos de niños, y mostraron a las órdenes de monjas y a los orfanatos católicos de minusválidos como menús de donde por décadas los curas pedófilos se sirvieron a placer.
Mucho de esto sucedió bajo el reino de Juan Pablo II, el mayor encubridor de pederastas en el seno de la Iglesia. La siguiente viñeta, comentada recientemente por Francisco I, lo devela: “Él (Ratzinger) tenía todos los papeles de una organización religiosa que tenía corrupción sexual y económica dentro de ella (los Legionarios de Cristo) ... Al final, el papa (Juan Pablo II) celebró una reunión, y Ratzinger fue allí con sus expedientes. Cuando regresó, le dijo a su secretaria: ‘Ponlo en el archivo, el otro partido (Angelo Sodano y Stanislaw Dziwisz, entre otros) ganó’”.
Antes de cantar victoria, recordemos que fue Bergoglio mismo quien canonizó a Wojtyla por todo lo alto en 2014. No sorprende que el encuentro cerrara como abrió: con un llamado a borrar “esos crímenes abominables de la faz de la tierra”, pero sin mecanismo alguno para prevenirlos, eliminarlos o siquiera procesarlos más allá de una lista de 21 genéricos buenos deseos. Solo me queda desear que a ese diablo nunca se le acaben los parientes.
@robertayque