Tal parece que, aparte de Nayarit, el lugar donde se cuentan más visitas presidenciales es Badiraguato y sus alrededores. Fue uno de los primeros sitios adonde López Obrador viajó, a pocos meses de haber asumido el cargo. La siguiente primavera repitió, dándole el besamanos a doña Consuelo Loera de Guzmán, así como en el verano de 2021, gira que estuvo completamente cerrada a los medios, y luego en mayo de este año, cuando, a media hora de la Tuna, la mera cuna de El Chapo, camionetas con periodistas de MILENIO, El Universal y otro medio, siguiendo la agenda del mandatario que, se supone, iría a supervisar los avances de la carretera en construcción entre Badiraguato y Guadalupe y Calvo, Chihuahua, fueron retenidas por un convoy de sicarios armados, hecho que el Presidente luego minimizó como cosita de nada. La última ocasión conocida fue apenas este pasado fin de semana, de noche, sin comitiva y en lo oscurito.
¿A qué fue López Obrador otra vez a la sede del cártel de Sinaloa? ¿A qué ha ido repetidamente a un pueblo de menos de 30 mil personas y con actividad agrícola moderada? Ante los obligados cuestionamientos el mandatario respondió con el sonido y la furia de siempre: “Hay una campaña en las redes de que voy a Sinaloa a reunirme con miembros del cártel de Sinaloa; pues no. Voy a Sinaloa porque es un estado de gente buena y trabajadora que no debe de estigmatizarse”.
El asuntito es que nadie estigmatiza a los recios sinaloenses ni sospecha de ellos, pero sí de un Presidente que acude tan seguido y en completa opacidad a la sede de uno de los cárteles más poderosos del país, sobre todo cuando dicho cártel parece estar abiertamente protegido por su administración. Porque si de gente buena y trabajadora hablamos, López se ha rehusado repetidamente a visitar zonas de desastre, sitios de emergencia y poblaciones en riesgo, todos ellos llenos de gente tan buena y trabajadora como la de Sinaloa y, además, en necesidad de apoyo y de consuelo, y a esos, cuando no los insulta, les ha pintado repetidamente un cuerno; no quiso recibir a dos padres en duelo porque, dijo, debía “cuidar la investidura”, y luego de cerrar la presa Peñitas para desviar al Grijalva y salvar a Villahermosa de las inundaciones, anegando las zonas más pobres de su natal Tabasco, apenas se dignó sobrevolarlas en helicóptero.
Pese a lo que diga un presidente acostumbrado al insulto y a la mentira, no es en modo alguno descabellado pensar que López Obrador ha acudido una y otra vez a la sierra de Badiraguato, evitando celosamente cualquier testigo o registro, con la intención expresa de encontrarse con uno o varios jefes del crimen organizado, de esos que no pueden molestarse en acudir al Palacio a plena luz del día. “¿Para qué voy a ir hasta allá, a Sinaloa, para entrevistarme con los miembros del Cártel de Sinaloa? ¿Cómo le hacía el brazo derecho de (Felipe) Calderón, García Luna? ¿Iba a Badiraguato?”, dijo López, usando su distractor favorito.
No, García Luna, con toda la ayuda que le brindaba a la organización de la gente buena y trabajadora, conducta que hoy lo tiene preso en Estados Unidos, nunca se agachó tan bajo.
@robertayque