Caído en los hechos el Poder Judicial, con un Legislativo sumiso, el Ejército, las fiscalías y las policías en la nómina y con las pocas instituciones de interés público independientes del gobierno moribundas, los ciudadanos mexicanos tenemos la soga al cuello y, hay que decirlo, es así porque cuando podíamos hacerlo libremente votamos una y otra vez por el verdugo. Hoy no tenemos manera de llamar a cuentas a esta cleptocracia guinda que hace parecer a López Portillo como monaguillo de altar, ni podremos saber con certeza cuántos votos obtendrá cada candidato, o impedir que se cometa un fraude desde Palacio, ni defendernos de los abusos de autoridad de los funcionarios públicos que no reparan en responder a la crítica con el poder aplastante del Estado, uno que se empeña en castigar a los ciudadanos mientras arropa a sus solovinos.
Con todo, a los mexicanos nos queda un arma secreta para resistir al gorilato vestido de falda guadalupana hoy en el poder. Una, por cierto, que nuestra estirpe maneja con una maestría que envidian pueblos menos agraciados, como los alemanes, los japoneses y sí, hasta los daneses: el humor.
Este pasado domingo fue la última vez cuando la ciudadana Karla María Estrella se vio obligada a pedirle disculpas públicas a Dato Protegido, quien tiempo atrás fuera conocida como Diana Karina Barreras, por haber sugerido que ésta última le debía la candidatura a la alcaldía de Hermosillo a los tejemanejes de su marido. El ejercicio, que fue diseñado para humillar y sobajar a Estrella durante los 30 días cuando se vio obligada a subir a sus redes un farragoso párrafo confesando que había cometido violencia de género “simbólica, psicológica, por interpósita persona, digital, mediática y análoga”, resultó la plataforma perfecta para que la acusada, al tiempo que cumplía a cabalidad con la letra de la ley, se mofara finamente y en oblicuo de quien se propuso darle una lección. Un mes después de la rabieta, la reputación de la ciudadana no sólo quedó intacta, sino que se elevó a nivel de heroína popular, mientras que la funcionaria logró exhibirse, además de como prepotente e insegura, como corrupta y frívola, complicando seriamente sus aspiraciones y, de paso, las de su marido.
Es refrescante que nuestros políticos vean peligrar su puesto o candidatura no por ser pillados robando —con Morena eso ya no está de moda—, ni por haber caído de la gracia del cacique en turno, sino por el envolvente escarnio surgido directamente del pueblo bueno. Quizá, habiendo perdido nuestra voz y nuestro voto, habrá que optar por la mano alzada de la risa. Porque nada irrita más a los autócratas, a quienes se ven a sí mismos como seres superiores, como los únicos dignos de regentear nuestros destinos, que la burla. A estas alturas, se ve difícil desatornillar del poder a esta versión más obtusa y corrupta de la vieja dictadura de partido, lo queramos o no los mexicanos. Lo que sí podemos hacer es reírnos de ellos. Copiosamente. Inmisericordemente. Patrióticamente. Que 30 días sean apenas el principio.