Xóchitl Gálvez y Santiago Creel están por reunir las 150 mil firmas necesarias para la precandidatura de la Alianza, la única que puede hacerle sombra al aparato de Estado hoy encarnado en Morena. Pero Creel —o cualquier otro de los apuntados— está muy lejos de levantar el entusiasmo que despierta la hidalguense. Y López Obrador sabe que lo único que lo puede poner a él y a su cueva de ladrones de patitas en la calle es alguien que sea capaz de sacudirle al respetable esa abulia, ese sentimiento de inevitabilidad que por 70 años nos mantuvo atados a la coyunda del viejo PRI.
Gracias en buena medida a una mayoría en la Suprema Corte que todavía no se somete ante el Presidente, aún tenemos un INE que, aunque acotado, es capaz de fungir como un administrador imparcial y eficiente de nuestros procesos electorales. Con todo, que nadie se llame a engaño: si Gálvez lo tunde a sufragios —sí, a él, porque aunque el nombre en la boleta por Morena sea otro, quien tiene toda la maldita intención de ejercer el poder en el siguiente sexenio es López mismo—, el tabasqueño va a continuar haciendo lo que ha hecho toda su vida, que es desconocer cualquier resultado que no le favorezca. La diferencia con las veces anteriores es que hoy López Obrador es el presidente de la República, y uno que se ha asegurado la lealtad personal de nuestro Ejército a punta de nuestros billetes.
Así que, a menos que gane alguna de sus incondicionales mascotas, en 2024 no va a haber en México tal cosa como una transición pacífica. Para el Presidente las opciones únicas son la reinstauración de la dictadura por la vía del maximato o por la vía del golpe. Pero jamás el reconocimiento de la derrota.
El asunto urgente es que López no está dispuesto a arriesgarse a llegar hasta allí. No es la primera vez que lanza todo el poder del Estado que le regalamos en 2018 contra sus enemigos o críticos, y quien hoy se erige como su némesis más temible no tiene por qué ser la excepción. Para comenzar a azuzar el encono, la semana pasada López anunció, como si fuera un agravio, que las empresas de Xóchitl Gálvez habían ganado mil 400 millones de pesos. A los pocos días, en Oaxaca, porros de Morena fueron enviados a acosarla públicamente, al tiempo que un diputado morenista fue y la denunció ante la FGR, presidida por un Gertz Manero reconocido mundialmente por usar su cargo para motivos personales o políticos. ¿Los delitos? Los favoritos para eternizarse en las cortes: lavado de dinero, evasión fiscal y enriquecimiento ilícito. Haciendo el uno-dos, Víctor Hugo Romo, el ex delegado de la Miguel Hidalgo a quien la misma Xóchitl le arrebató el cargo y lo investigó por su desbordada corrupción, la acusó a ella y a su familia ante la fiscalía capitalina, otro faro de imparcialidad y pulcritud, por “corrupción, enriquecimiento ilícito y tráfico de influencias”.
La ruta está muy cantada. Si los mexicanos permitimos los ataques físicos, personales y políticos desde el poder contra la única candidata a la fecha capaz de darle pelea legal y legítima a la dictadura que López se apresta a instaurar, nos la mereceremos entera.