Política

La Estatua salada

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López Obrador comenzó su sexenio como todo buen priista decimonónico, recibiendo un bastón de mando por parte de algún asumido representante de nuestros pueblos indígenas y exigiéndole a los reyes de España disculparse por el genocidio colonial. Sus xoloescuincles le siguieron de inmediato la puntilla, denostando por todo lo alto a los connacionales caras pálidas y a la comida “colonizante”, y su corcholata en jefe bajó la estatua de Cristóbal Colón de su pedestal en Paseo de la Reforma con la intención de poner allí la efigie de una mujer indígena que, más bien, parecía alienígena. El Presidente, por su parte, dijo que propondría a otra mujer indígena para presidir el Conapred, alegando que “los más humillados de México y los que han padecido más el racismo han sido los indígenas”. El organismo, a la fecha, permanece acéfalo.

En los hechos, su gobierno ha recortado miles de millones de pesos al Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI), en particular a programas donde se atiende a mujeres violentadas por sus parejas o a niños abandonados, y hoy pretende desaparecer al Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali), incorporándolo al de por sí depauperizado INPI. Encima, desestima la venta de niñas en las comunidades de la sierra alta de Guerrero y Chiapas, y jamás consultó a los pueblos del Mayab en la atrabancada construcción de su trenecito, que los locales han denunciado por el daño a la selva y a los yacimientos que se excavan a su paso sin miramiento alguno.

Y es que la T4 no se decanta por los hechos sino por los símbolos; López Obrador anhela verse a sí mismo como todo un Tata Lázaro o un Benito Juárez, pero sin tener la menor intención de respaldar la broncínea hagiografía con el trabajo correspondiente ni los logros concretos. Poco hay en su sexenio de gestiones efectivas en cuanto a nuestra seguridad, la estabilidad económica del país o el control de la pandemia, pero no le escatima tiempo ni dinero al culto a su imagen, revisando con fruición las notas y opiniones periodísticas alrededor de sus continuos exabruptos, mítines y giras en sus eternas mañaneras donde el tema central siempre es él.

Por eso la caída de la estatua de Atlacomulco, siendo una trivialidad, causó tanto escozor en una morenósfera que lo demostró volcándose a minimizar el hecho: la enorme carga simbólica y fársica de ese derrumbe lo hace más irritante y tóxico para López Obrador que los cientos de miles de muertos de López-Gatell, que los videos de Pío recibiendo cash o que las reminiscencias diazordacistas del golpe al CIDE. Con un puño cerrado al pecho, como haciéndonos caracolitos, la estatua fue colocada el pasado 29 de diciembre en la plaza principal de la tierra que vio nacer a Enrique Peña Nieto, Alfredo del Mazo, Arturo Montiel y Carlos Hank González, a días de que concluyera la administración municipal del morenista Roberto Téllez. Para la madrugada del sábado 1 de enero su torso amaneció en el suelo, con la cabeza ausente y habiendo agarrado un rumbo tan desconocido como sus perpetradores.

Ahórrense la inútil consulta, que Fuenteovejuna ha hablado fuerte y claro. 

Roberta Garza

@robertayque

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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Notivox (Notivox Monterrey y Notivox Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Notivox Diario con su columna Artículo mortis
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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