En 2016 Samuel García entró a la escena política neoleonesa haciéndose de un escaño en el Congreso local por representación proporcional. Poco antes se había afiliado a Movimiento Ciudadano, y no por afinidad con los valores y principios naranjas —cualesquiera que estos sean, si es que existen—, sino porque no se sentía atraído por PAN o PRI, partidos históricamente hegemónicos en Nuevo León, y registrarse como independiente era —y sigue siendo— punto menos que imposible.
Cuando en 2018 contendió por una senaduría, su postulación se asumió como meramente testimonial, como las que a través de los años han presentado en el recio norte el PT o PRD sin jamás cosechar una tuna de esos áridos jardines. La sorpresa fue cuando, mediante una efectiva e incesante campaña mediática y en redes sociales, orquestada en buena parte por su pareja, la influencer Mariana Rodríguez, ganó. Y lo mismo pasó en 2021, cuando a sus 33 años y habiendo arrancado como lejano colero en todas las encuestas, fue electo gobernador.
Sus mayores aciertos han sido quizá las importantes inversiones internacionales que ha anunciado para Nuevo León —no se fijen si después se le caen—, pero es difícil tomarlo en serio cuando en sus visitas a, digamos, armadoras asiáticas, se graba payaseando en esos disfraces autóctonos que rentan para que los turistas se tomen fotos, cometiendo una veintena de deslices diplomáticos, reforzando los peores estereotipos raciales y dejando clarísima su supina ignorancia provinciana. Y es imposible tomarlo en serio cuando ha hecho una carrera diciéndose antisistema, pro empresa y liberal, pero que en los hechos se dobla al primer silbido de un López Obrador conservador y estatizante que, curiosamente, se ha asumido como un gran entusiasta de las ambiciones políticas del norteño.
No puedo saber si García solo se está prestando a hacerle el trabajo sucio a López, dinamitando la candidatura de Gálvez a cambio de una futura recompensa en la forma de un puesto en el gabinete —y similares y conexos—, o si realmente tiene sueños de opio con la silla maldita. Lo digo sin la menor ironía: Samuel parece ser de esos regiomontanos que siguen comprando el mito de la muy ajada grandeza empresarial norteña; acaba de decir muy orondo que su hija portaría botas vaqueras, pero jamás huipiles. Lo que sí podemos saber es que su manicurada imagen pública queda seriamente en duda cuando vemos la manera mafiosa como ha querido imponer a su interino. Samuel quiso instalar por decreto a su secretario Javier Navarro, y el Congreso lo paró designando a Arturo Salinas, panista y presidente del Tribunal de Justicia. La Suprema Corte ya les pintó caracolitos a ambos, aunque sostuvo que, como indica la ley, debe ser el Congreso quien nombre al sucesor. ¿Qué respondió el próximo gobernador con licencia y ya candidato presidencial? Que no y que no, que si no es Navarro va a echarle al Legislativo a la fuerza civil estatal.
García dejará el cargo el 2 de diciembre. Pero no creo que necesitemos esperar tanto: si nos atenemos al por sus obras los conoceréis, está más que claro que, en este caso, también puede saberse.