Siguiendo el imaginario narciso-místico-nacionalista que tanto gusta usar, en días pasados el Presidente dijo que mañana, miércoles 6 de septiembre, entregará “el bastón de mando” a su corcholata designada.
López parece ignorar que el mando no lo va a entregar él, porque no le pertenece; nos corresponde a los ciudadanos mexicanos otorgarlo a través de las urnas. Pero dejémonos de minucias; el asunto es que el tabasqueño le ha regresado a México muchas de las prácticas priistas de viejo cuño que creíamos haber desterrado, o cuando menos acotado, como operar como jefe único del partido en el poder; usar los recursos del Estado con fines personales, políticos y partidistas; el nepotismo, el destape y el culto a la personalidad del presidente.
Lo asombroso es que quien se ha comportado a través de su larga carrera política como una calca fina de los peores representantes de la vieja dictadura haya llegado al poder jurando enarbolar el cambio: la gente que le ofrendó su voto a Morena en 2018, el mismo partido donde ya militaban Manuel Bartlett, Miguel Barbosa, Layda Sansores y Salgado Macedonio, pedía a gritos “sacar al PRI de Los Pinos”, como hoy recitan el mantra de “ni un voto al PRI” para apuntalar a la restauración de la autocracia que viene y sabotear a Va por México.
Hay que reconocer que López y sus secuaces son magos del espejismo y reyes de la caradura, y hoy todos los abundantes recursos propagandísticos del oficialismo están dirigidos a vendernos el dedazo más burdo desde esa vieja dictadura como ejemplo de democracia e independencia, mientras que un inédito proceso cívico, propositivo, con abundante respaldo popular lo quieren hacer pasar como una imposición cupular. Porque que nadie se llame a engaño: Claudia Sheinbaum va a ser ungida candidata de Morena no porque ganó unas encuestas a modo, apoyada por todo el aparato del Estado y habiendo usado generosamente nuestros programas sociales para torcer el voto a su favor, sino porque es la candidata de López, la única que le garantiza la sumisa incondicionalidad que el mandatario exige, la que le permitirá extender de facto su mandato por otros seis años, o los años que usted diga, señor Presidente. Asimismo, Xóchitl Gálvez no recibió una ovación de todos los partidos menos el oficial en el Congreso, ni se ve rodeada de gente entusiasta en mítines y templetes, ni aventajó de calle a sus contrincantes, levantando una esperanza que no habíamos visto desde la caída de la dictadura en el año 2000 —muy a pesar de los operadores que hoy rodean a López y que entonces, como ahora, le apostaban con todo al “fraude patriótico”—, por haber sido designada por los extraños enemigos que pululan en la cabeza del tabasqueño junto a un par aluxes despistados.
No es la primera vez que López nos vende peje por liebre haciendo lo que mejor sabe hacer: sembrando dudas, encono y cizaña. El futuro de México depende de que nos demos por enterados de que la elección que viene no es entre PAN, PRI, Morena o MC, sino entre democracia próspera y autoritarismo retrógrado. Y sí, sí puede saberse.
